La respuesta general al título de este escrito consiste en afirmar que el proteccionismo sigue vivito y coleando, especialmente en ramas industriales como la construcción naval, los automóviles, el acero y los microchips.
El proteccionismo en esas ramas industriales persiste debido a una combinación de factores, que incluyen la protección de empleos, consideraciones de seguridad nacional, influencias políticas y económicas, y la respuesta a prácticas comerciales desleales de otros países. De esta manera, aunque el libre comercio y la globalización ofrecen beneficios, la complejidad de estos sectores estratégicos justifica, en muchos casos, la adopción de medidas proteccionistas en el siglo XXI. Resultaría, entonces, que las políticas industriales proteccionistas son “un mal necesario”, a pesar de que entidades como el Fondo Monetario Internacional (FMI) han indicado que el 71% de las medidas introducidas en dichas políticas distorsionan la competencia justa a nivel mundial, a la vez que señala que “existe una probabilidad del 74% de que un subsidio dado por una gran potencia a un producto sea respondido en menos de un año con otra ayuda semejante al mismo producto en otro país. Sobre todo cuando se trata de sectores críticos, como puedan ser las aplicaciones médicas, la tecnología avanzada o las energías renovables, entre otros”.
La empresa Cesce, una compañía que ofrece soluciones integrales para la gestión del crédito comercial en parte de Europa y Latinoamérica, “ha presentado su informe anual ‘Panorama 2024’, en el que dedica un apartado específico a las estrategias industriales desplegadas recientemente por China, Estados Unidos y Europa. Por orden, desde la más agresiva a la más timorata. Y recoge que de las 2,500 medidas aplicadas en las 75 mayores economías mundiales en 2023, 1,800 fueron distorsionadoras del comercio (los tres bloques citados representan el 48% de las acciones alteradoras). Según informa Cesce, esas intervenciones proteccionistas “se vehiculan principalmente en forma de subsidios (el 70% en el caso de los países avanzados, mientras que los emergentes también usan alivios fiscales y préstamos y recurren con más frecuencia a las restricciones a la importación y exportación). Unas medidas que desencadenan frecuentemente represalias por parte de otros países, lo que conduce a la escalada de tensiones internacionales que se vive en la actualidad”.
Aunque ese panorama comercial es muy desalentador, personajes como Enrique Feás, investigador principal del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, considera que “es pronto para saber si vamos hacia un enfrentamiento mucho mayor”, pero se atreve a pronosticar “dos escenarios posibles: si la invasión rusa de Ucrania fracasa, podría tener efectos positivos en el mundo, robusteciendo la idea de que por la fuerza no se consigue nada y reforzando la cooperación internacional. Eso sí, hará falta que, además, se tranquilice la situación en Oriente Próximo. Pero si gana Trump las elecciones y se abandona a Ucrania, la crisis irá a peor; se verá que el orden occidental está en declive y eso dará alas a Vladímir Putin y a Xi Jinping y se exacerbará el desafío permanente”.
Por su parte, “Cesce también ha perfilado tres alternativas: que se vaya hacia un comercio de bloques con acuerdos entre países (seguramente liderados por EE UU) para limitar las exportaciones chinas; que se logre un acuerdo con China por el que el país asiático acceda al cambio de sus políticas y se eviten barreras comerciales más altas (el más improbable de ellos), y que se recrudezca la carrera de subvenciones y aranceles redirigiendo envíos y reestructurando las cadenas de suministro globales más que hasta ahora. Esta última es la que ve más factible de las tres”. Usted, apreciable lector, debe escoger alguna de las tres alternativas propuestas por Cesce.