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Honduras y su acento frente al espejo

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odos los hondureños nos hemos preguntado alguna vez si tenemos acento o no. Entendido este como esa forma particular de entonar las palabras al hablar. Muchos se han basado en diversos criterios para decir que no, pero la respuesta desde la lingüística no puede ser otra que sí.

Por supuesto que tenemos una forma particular de hablar, una forma particular de producir algunos sonidos de nuestra lengua, pero nos resulta difícil distinguirla porque nos escuchamos a diario.

Decir que carecemos de acento ha servido durante años para justificar la adopción de otra forma de hablar el español cuando un hondureño vive en el extranjero. No son pocos los casos de compatriotas que pasados un par de meses en Estados Unidos adoptan el acento mexicano o caribeño y ni hablar de la asimilación del dialecto ibérico por parte de la comunidad hondureña en España.

Aquí en Honduras se da el otro extremo: la exageración de nuestra forma de usar la lengua, el énfasis caricaturizado que se hace de nuestro acento. No por parte de los hondureños en la cotidianidad, sino de algunas películas y programas radiales y televisivos. No basta la exageración sino que proponen que somos muy groseros a la hora de expresarnos, que hablamos con todo el aliento de la vulgaridad.

Para comenzar es innecesario exagerar nuestro acento; diría, hace al menos cuatro décadas, el célebre escritor argentino Jorge Luis Borges que las cosas no pueden pretender ser lo que ya son, así el ciego no puede pretender ser ciego, el ciego ya lo es, no puede fingir ser él mismo. Siguiendo esa idea, los hondureños no podemos pretender hablar como hondureños, ya hablamos como tales, por lo que no es necesario exagerarlo, ni añadirle, mucho menos si es para hacernos ver mal.

Tanto la adopción de otra forma de hablar el español, como la exageración (mala por cierto) de la nuestra puede obedecer a una falta de identidad. Es como si fuese necesario parecer alguien. También es notorio como muchas veces, el cine, la radio y la televisión nos proponen al hondureño como un individuo poco inteligente, que no se toma sus asuntos en serio, y que tiende al desorden y a la vulgaridad.

Son válidas aquí las preguntas de si esa es la verdadera percepción que tenemos los hondureños de nuestra forma de hablar, actuar y (lo más grave) ser. Sería tan fácil usar la excusa de que es saludable reírse de sí mismo, pero desde mi punto de vista aquí no es válido, porque reírse de un hondureño vulgar, malhablado y poco inteligente es reírse de lo que no somos.

Y puede parecer poca cosa, pero estamos hablando de un asunto tan delicado como la autoimagen, no individual sino como sociedad. Vulgares, malhablados, irresponsables, poco inteligentes, sucios e irrespetuosos hay en todas partes del mundo, así como personas educadas, inteligentes, responsables, respetuosas y buenos ciudadanos. Así que es absurdo decir lo que primero forma parte de nuestra identidad y lo segundo no. Necesitamos poner a Honduras frente al espejo y saber quién es, quiénes somos.