En democracias más o menos serias, las Fuerzas Armadas desempeñan un papel crucial en la defensa y seguridad de un país. Su rol debe ser estrictamente profesional y constitucionalmente apolítico; porque ya sabemos que la intervención de esa institucionalidad en la política partidaria termina por socavar el enclenque Estado de derecho que tenemos y pondría en riesgo la estabilidad total de una nación.
La neutralidad de las Fuerzas Armadas es esencial para mantener la confianza pública en esa organización militar. Cuando los militares se cuadran ante un partido político, se vuelven reclutas del poder en lugar de garantizar la independencia, soberanía, integridad territorial y la salvaguarda de los intereses nacionales.
Podemos recordar y decir que ya pasamos por esa historia, cuando en la década de los setenta y los años 80, se usó a las Fuerzas Armadas contra el pueblo, para reprimirlo por órdenes políticas, desatando una cadena de abusos de poder y violaciones de los derechos humanos, arrastrando cuartelazos, golpes de Estado y regímenes autoritarios en una violenta represión contra los hondureños.
Hoy en día, es fundamental que se respete la independencia de la institución, sus políticas de defensa que están diseñadas y ejecutadas por profesionales militares, que no deben de tener interferencias políticas de ninguna clase; así se garantiza que las decisiones se tomen con base en criterios estratégicos y técnicos, y no por intereses de una familia de socialismo campestre.
Es el momento de no retroceder cincuenta años, no queremos aquella conducta servil de las Fuerzas Armadas cuando fue carne de cañón de los viejos caudillos con sus intereses oscuros.
Hoy hay nuevos tiempos, nuevas generaciones de oficiales profesionales que aportan a consolidar el sistema democrático y a preservar el orden interno. Hay disciplina, compromiso y liderazgo militar. El país ya tiene cierto pluralismo de ideas y a estas alturas no podemos tener un Ejército que solo actúa por motivos ideológicos cuando se ve inmerso en un contexto social dominado por una orden política, plegada de irracionalidad por gobernantes momentáneos. Por lo tanto, el rol de las Fuerzas Armadas ha evolucionado significativamente a lo largo de sus aciertos y errores y en el contexto actual, es crucial que se adapten a las nuevas realidades y desafíos globales. Ya no están para andar cuidando las espaldas de energúmenos civiles, o ser guachimanes de urnas infladas por la gravedad de la ley. Más bien, las Fuerzas Armadas deben desarrollar capacidades avanzadas para proteger infraestructuras críticas y datos sensibles en estos procesos electorales.
El Ejército debe desempeñar un papel vital en la respuesta a desastres naturales y emergencias humanitarias, proporcionando logística, recursos y apoyo médico. Participar en misiones internacionales para el mantenimiento de la paz y así promover la estabilidad y la seguridad en regiones conflictivas. Contribuir a la protección del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático, mediante la reforestación y la gestión sostenible de recursos. Estas áreas reflejan una visión moderna y multifacética del papel de las fuerzas armadas, adaptándose a las necesidades del siglo XXI.
No es momento para retrocesos constitucionales, no hay excusas ni justificaciones para instrumentalizar, ni enfilar en la militancia del partido oficialista, a quienes deben garantizar el libre sufragio y la alternabilidad en el ejercicio de la presidencia de la República.
La obediencia a la que les llama la Constitución de la República es para respetar y defender lo que señala su primer artículo y no para custodiar el cumplimiento del guion de ningún proyecto político partidista. No perder el rango, el porte y la firmeza militar ante el espejo de país como Nicaragua, donde Daniel Ortega y su esposa se pelean el control de las Fuerzas Armadas sandinistas, como brazo armado de una oprobiosa dictadura. O en el peor de los casos, volverse una tropa revolucionaria como en Cuba; o acercarse más a las milicias venezolanas al servicio personal -como antes lo impuso Chávez y ahora Maduro-, para defender los círculos bolivarianos del continente, que conciben el proyecto como parte de una confrontación ideológica contra su mismo país.
En todo caso, Honduras tiene Fuerzas Armadas más profesionalizadas, solo falta sacudirse las momentáneas telarañas ideológicas, que contaminan de política el uniforme: para eso se necesita “Honor, lealtad y sacrificio”.