Columnistas

Las horas más críticas de Israel

Los últimos movimientos del Ejército israelí, en el sentido de continuar con los ataques en la Franja de Gaza para machacar a la cúpula de Hamás y con ataques selectivos contra algunos de sus dirigentes, con los consiguientes daños colaterales que hay en toda guerra, están desbaratando la estrategia política de los tres principales mediadores -Qatar, Estados Unidos y Egipto-, que tratan en vano de buscar una tregua entre las partes y un abrir un cauce mínimo para un diálogo (¿?) entre el Estado hebreo y la organización terrorista que rige el destino de los palestinos de Gaza.

Ahora, mientras esperamos un inminente, pero casi seguro ataque de Irán, quien es quien mueve los hilos de casi todo que ocurre desde Teherán hasta Gaza pasando por Irak, Siria y el Líbano, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, sigue desdeñando la política, en un viaje hacia ninguna parte que puede tener fatales consecuencias para el Estado hebreo, y empeñado en la destrucción total de Hamás, o al menos de la mayor parte de sus dirigentes, un objetivo todavía muy lejano y que no está claro que pueda conseguir al menos en el corto plazo.

Aparte de estas consideraciones, la situación se está desbordando, como si fuera un alud descontrolado que crece y crece mientras se desliza por la pendiente la bola de nieve de la catástrofe anunciada, y los recientes ataques de Hezbolá contra objetivos israelíes, incluyendo el que asesinó a doce niños drusos, vuelven a mostrar a las claras que este partido-milicia armada mantiene intacta su capacidad operativa para golpear objetivos israelíes y causar estragos, como estamos viendo con la emigración masiva en las aldeas del Norte de Israel. La catástrofe anunciada, para dejarlo claro, sería una guerra de inciertos resultados al estilo de las del pasado de Israel contra todos sus vecinos árabes.

Una guerra total contra Israel, con los frentes abiertos en Irán, Siria, el Líbano, Gaza y Cisjordania, tendría fatales consecuencias para todos, incluyendo a los aliados de Israel, y podría polarizar de nuevo al mundo árabe, tal como ocurrió en las guerras de 1948, 1956, 1967 y 1973. Sería el peor resultado para los cálculos de un Netanyahu cada vez más aislado internacionalmente, perdido en su laberinto caliente de sangre, terror y odio y enredado en un marasmo primitivo guerrero entre la ceguera y la falta de una visión estratégica a futuro, sin tener en sus miras una perspectiva política copernicana que desenrede la actual madeja enredada en que se ha convertido la región.

Nuestro corazón está con los rehenes

Seguramente, de los 135 rehenes inicialmente secuestrados, y por los que miles de israelíes en todo el mundo se manifiestan activamente por su libertad en las calles, más de la mitad podrían estar muertos -siento decirlo así por sus esperanzadas y luchadoras familias- debido a las difíciles condiciones de vida padecidas durante su secuestro, asesinados por los terroristas o fallecidos de sobrevenida “muerte natural”. Quizá ese puede ser parte del juego perverso de Netanyahu, el de obviarlos para poder continuar su cruzada, aunque nunca lo haya puesto sobre la mesa de su Consejo de Ministros ni sugerido, pero no cabe duda que cada día que pasa las posibilidades de que un mayor número de rehenes se sumen a la lista de canjeados o liberados con vida disminuye. El tiempo se acaba, si no se ha agotado ya.

Así las cosas, y analizadas las actuales circunstancias en que la guerra de Gaza no disminuye en intensidad y la situación regional es precaria en términos de seguridad, Israel se enfrenta a enormes desafíos y se encuentra inmerso en un escenario regional realmente complejo, me atrevería a decir como uno de los más críticos de su historia.

A la política israelí, más concretamente al ejecutivo de Netanyahu, le falta más nervio político y abandonar la ofensiva militar en Gaza tras más diez meses de campaña sin haber logrado los objetivos prefijados. Muy pronto se cumplirá un año del fatídico 7 de octubre y si Israel sigue en guerra sin haber conseguido la liberación de los rehenes que siguen vivos, puede que el cansancio de su opinión pública se haga más estridente y que sus aliados incondicionales en la escena internacional agoten su paciencia y el Estado hebreo se quede aún más solo. Todo ello con el telón de fondo de las elecciones norteamericanas, que aportan un grado mayor de incertidumbre en el panorama internacional, aunque nunca ha habido grandes cambios ni giros radicales en la política exterior norteamericana con respecto a Israel ganen los demócratas o los republicanos. Es tiempos de actuar, de negociar, y dejar que las balas den paso a las palabras.

Netanyahu está ciego de odio desde el 7 de octubre, lo cual es lógico y respeto, pero esa ceguera le ha llevado a una inacción política que estamos pagando, con la ausencia de nuestros rehenes y los ya sacrificados tras su muerte, y que pagaremos en el futuro. La guerra no puede ser solo la respuesta, la política tiene que ser la continuación de la misma por otros medios. Todos defendemos sin fisuras el legítimo derecho de Israel a defenderse desde el 7 de octubre, pero tenemos nuestros corazones y nuestras mentes compartiendo el dolor inmenso de los rehenes y sus familias.