Columnistas

III FIL San Pedro Sula: cachimbona

En la III Feria Internacional del Libro de San Pedro Sula me encontré con una de las sonrisas más auténticas que he conocido en mi vida: hablo del escritor mexicano Mario Bellatin, quien, además, es un excelente orador y uno de esos escritores puros, de los que hablan de historias como si hablaran de sus hijos más queridos. Una vez finalizada la feria, disfruté muchísimo una novela de él que pude adquirir en el evento.

Me quedaron también muchas ideas rondando en la cabeza: literatura e historia, literatura y realidad, literatura y levedad, la posición del escritor frente a su obra y su sociedad, entre otras. Y por supuesto, me llevo muchos abrazos afectuosos y estrechones de mano vivificantes. También fue bueno ver por estas tierras a grandes autores, entre ellos a Horacio Castellanos Moya. Y siempre es un placer escuchar a Helen Umaña y Héctor Leyva, dos de las voces más autorizadas de la crítica literaria hondureña, aunque a Leyva lo conocimos esta vez como novelista. Y pensé, que sí, que para esto es que se hacen las ferias del libro. Solamente estuve dos días y en cada uno de ellos salí con una amplia sonrisa.

Tengo claro que, desde el punto de vista técnico, una feria del libro es el encuentro entre librerías, editoriales, autores y compradores, en palabras más sencillas, es un mercado. Pero ese mercado se supera en sí mismo en países como Honduras, del cual no tenemos cifras exactas de lo que se lee, cómo se lee y para qué se lee, pero que en términos generales sabemos lo que cuesta que un adolescente se entusiasme con la lectura. Así que cualquier acercamiento de este tipo se puede considerar un saldo a favor.

Vi a muchos jóvenes recorriendo cada uno de los espacios de la feria, supongo yo, tratando de elegir muy bien lo que se llevarían entre tantas posibilidades, porque si hay algo de lo que no se pueden quejar los asistentes, es de la variedad de libros y otros artículos similares que se podía encontrar.

Y si bien, es posible que algunos jóvenes hayan ido porque formaba parte del programa de su instituto o una asignatura, no importa, por lo menos su experiencia con los libros y en estos espacios no es cero. Yo recuerdo que la primera vez que estuve en una feria del libro fue en Ciudad de Guatemala, por pura casualidad, por cierto, pero envidié profundamente esa ciudad, y ahora me hace feliz que sucedan en Tegucigalpa, en Gracias, en San Pedro Sula e incluso en otros lugares se hacen esfuerzos más humildes pero loables.

En Honduras, una feria del libro es un hecho provocador, un acto de rebeldía contra las modas y las ideas que nos repiten eso de que el libro es caro, un lujo y hasta inútil. O bien se reconoce su valor, pero nada más de palabra. Aquí, una feria del libro también es sembrar, pero sabiendo que la cosecha muy probablemente se recogerá, con el tiempo, por muchas manos y de las maneras más diversas e insospechadas. Y por qué no decirlo, es un acto de fe.

Ojalá que las ferias del libro que se están estableciendo en el país se consoliden, sigan creciendo y que sigan surgiendo proyectos de esta naturaleza, para que sigamos hablando de literatura, creando lazos y dignificando a nuestros autores y a sus obras. Sin duda que el equipo que estuvo detrás de esta III FIL SPS se agenció el respeto de todos los que fuimos partícipes. Estuvo buena o como dijo Giovanni Rodríguez, su director: cachimbona