La autocrítica es saludable, permite identificar errores y fallas sobre lo actuado y rectificar para seguir avanzando con éxito hacia las metas deseadas; al final del día, la autocrítica termina siendo una herramienta de calidad para las personas e instituciones que la practican.
La autocrítica, a lo largo de la historia, ha sido objeto de reflexión y estudio por grandes pensadores: Desde Sócrates (470 a.C.-399 a. C.), que aconsejaba “conócete a ti mismo”, con lo que promovía cuestionar las creencias y suposiciones de los demás; Platón (427 a.C.- 347 a.C) hablaba de la necesidad del autoconocimiento y reflexión para alcanzar la verdad; René Descartes (1596-1650) con su pensamiento crítico y la duda metódica animando a cuestionar las propias creencias y percepciones; Karl Marx (1818-1883) ilustra que el autoconocimiento y la crítica de nuestras propias creencias son fundamentales para liberarnos de las ideologías dominantes; Friedrich Nietzsche (1844-1900), quien abogaba por una autocrítica que permita al ser humano superar sus limitaciones y crear sus propios valores; Michel Foucault (1926-1984) quien incluye la idea del autocuidado, lo que implica un proceso de autocrítica y autoformación en la búsqueda de la ética personal; Simone de Beauvoir (1908-1986) reflexiona sobre la autoidentidad y autocrítica en la mujer sobre su situación en una sociedad patriarcal; Jürgen Habermas (1929...) quien propone que la crítica y la reflexión son necesarias para el desarrollo de la razón y el entendimiento recíproco en una sociedad democrática.
En algunas sociedades intolerantes, la autocrítica puede ser fatal para quienes la practiquen. En nuestro país, la autocrítica puede ser peligrosa. Ese peligro se refleja de manera expedita en los partidos políticos.
Ejemplos hay muchos, conocidos a través de la existencia de tales organizaciones. El que critica en el buen sentido del término, recibe atención, pero no consideración respetuosa, más bien es estigmatizado, señalado, marginado, ignorado y en el peor de los casos expulsado de la organización con los peores calificativos. Producto de lo anterior, algunos partidos políticos se han fracturado a lo largo de su historia y, dando un vistazo a la actualidad, todo indica que no dejará de ocurrir pues nuestros políticos, los ancestrales y los de generaciones más nuevas, supuestamente más informadas, pero desprovistas de madurez y cultura política, seguirán desconociendo esta herramienta del pensamiento dialéctico que como Hannah Arendt (1906-1975) proclamaba nos sirve para la toma de decisiones éticas y políticas.