Columnistas

La conquista militar

La expansión imperial hispana en lo que hoy es Honduras se inició a partir del cuarto viaje colombino en 1502. A partir de esa fecha, de manera gradual, exploradores, conquistadores, misioneros (la conquista espiritual) fueron penetrando hacia el interior del territorio. Entre 1537 y 1539 dio inicio la primera fase del sometimiento de nuestros ancestros indígenas, los originarios pobladores de estos lares. Ante el peligro común, los lencas depusieron sus luchas fratricidas, uniéndose a los cares para hacer frente al común enemigo, desconocido pero letal en virtud de su superioridad tecnológica, que vivían las primeras etapas del capitalismo.

Conocemos dos versiones de la viril y tenaz defensa de su patrimonio encabezada por Lempira: la del cronista Antonio de Herrera, consignada en “Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano”, y la del conquistador Rodrigo Ruiz, probanza de méritos divulgada por el colega Mario Martínez Castillo.

Sea que murió a mansalva mediante treta (Herrera), o que pereció en combate cuerpo a cuerpo (Ruiz), el sur occidente quedó sometido al control español, si bien la resistencia indígena, bajo diversas formas, continuó a lo largo de la Colonia.

Los lencas, al igual que el resto de aborígenes, continúan discriminados y sumidos en los peldaños inferiores de la estructura socioeconómica, con los más bajos ingresos, reprimidos y asesinados por defender sus recursos naturales de la codicia de terratenientes y empresarios, en perpetua violación de sus derechos inalienables a la vida, salud, educación, participación, cultura, consignados en nuestra Constitución Política, Convenio 169 de la OIT, Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas.

Si ellas y ellos dan ejemplo de civismo, los gobiernos conceden soberanía y territorios nacionales, a ejércitos extranjeros que ocupan y edifican bases militares y foráneos que instalan enclaves, llámense mineros, bananeros o ZEDE, en abierta violación y despojo de lo nuestro, propiedad de la nación hondureña, que al igual que el resto de parcelas de la Patria Grande centroamericana, “no son ni deben ser el patrimonio de persona ni familia alguna”, tal como declara categóricamente el Acta de Independencia Absoluta del primero de julio de 1823.

Lejos de ser un mito, una leyenda, Lempira fue un personaje histórico que oportunamente comprendió que solamente oponiéndose con las armas en la mano y cerrando filas con todos los aborígenes de comarcas vecinas era posible defender y rechazar a los invasores de allende el mar océano, que llegaban con el propósito de someter y despojar, a sangre y fuego, de sus bienes y cultura a los habitantes originarios del suroeste de lo que hoy llamamos Honduras.

La resistencia fue prolongada, pese a traer los conquistadores indígenas aliados guatemaltecos. Y la muerte de Lempira no significó el cese de la lucha. Esta continuó, bajo diversas modalidades, durante más de tres centurias de dominio hispano, prosiguiendo hasta hoy, ya que para los lencas, como para otros pueblos originarios, la conquista es un interminable proceso.