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La curiosa oposición a la cárcel insular

Agobiada por la criminalidad, temerosa y fastidiada, la gente pedía en los medios de comunicación medidas excesivas e impracticables como la pena de muerte o reunir en un recinto a miembros de pandillas enemigas para que se exterminaran entre ellos; los más indulgentes reclamaban una inexpugnable cárcel en una isla desierta.

Querían lejos de sus barrios, de sus aceras y hasta de sus casas a los criminales que roban de todo y matan por nada; querían ir distraídos sin correr peligro; que no los sobresaltara cualquier ruido en la noche, cualquier sombra en la calle. Llegaron a odiarlos. Olvidaron, incluso, el origen de la delincuencia en la exclusión, la pobreza y la abominable desigualdad.

Entre todas las propuestas de la población hay una probable: construir una cárcel en Islas del Cisne, un pequeño terruño en el Caribe que no nos sirve para nada, no la habita nadie, no se hace turismo y algunos ni sabían que existía; sólo queda la protección obligada de la escasa vegetación y la fauna marina del entorno; tenerla para decir que se tiene.

No es una isla inexplorada: tiene una pista de aterrizaje asfaltada y algunas casetas construidas que, se supone, servían a la Fuerza Naval; pero la misma autoridad hondureña ha confirmado que también la utilizaba la agencia estadounidense CIA para espionaje a Cuba y mantener un ojo en Nicaragua y Venezuela. Aparte de eso, la habría utilizado el narcotráfico para su negocio.

Pero súbitamente la discusión dejó ser la seguridad y sus soluciones, para convertirse en otro sórdido tema de los grupos opositores, los politicastros de siempre que intentan boicotear todo; no hay una propuesta de gobierno, una actividad, una sola cosa que no intenten torpedear, destruir, pisotear.

Silenciaron las quejas de las personas que sufren por la delincuencia para asumir la mentirosa e inopinada defensa de nuestro medio ambiente; ellos, que jamás han dicho nada contra la minería brutal, la venta de los ríos, la destrucción de los bosques, la entrega del territorio, la privatización del agua, las carreteras, nuestros recursos. Muchos de estos son hasta cómplices de este latrocinio.

De repente salieron biólogos, ambientalistas, ecologistas que sin haber estudiado la zona son capaces de descalificar el proyecto, su tesis es la especulación. Y para mayor agravio a la razón aparecieron médicos, abogados, empresarios, economistas, comerciantes, dirigentes gremiales y los autodenominados “sociedad civil”, ahora expertos en medio ambiente.

La puesta en escena va así: oponerse a la construcción de la cárcel en defensa ecológica; si esto no pega, cambiar a los costos de mantenimiento de la prisión; seguido, los derechos humanos de los pobres reclusos, abandonados lejos, en fin. No ha faltado quien salte con una “lucidez” diciendo que, como es una isla, tendrán a los reos premiados de vacaciones. Les diría Don Ramón: “Sí serán”

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