“Es grotesco, ¡no pueden hacer eso!” me dijo un buen amigo hace varios años. “Estaba leyendo el periódico junto a mi hijo de nueve años. El sábado publican revistas de entretenimiento e información deportiva. No esperaba encontrar una fotografía así, al lado de la cartelera de cine. Tenés que escribir algo sobre esto. El niño quedó asustado, con miedo. No es posible que publiquen fotos así”.
La noticia era de Santa Bárbara. En una localidad rural, vecinos enardecidos con un supuesto transgresor sexual, lo decapitaron y colgaron su cabeza en el travesaño de una portería de fútbol. La descripción del hecho basta para mostrar la brutalidad del acto de vindicta, que haría ruborizar a la misma Fuenteovejuna. ¿Era necesario publicar la fotografía a todo color en las páginas interiores de uno de los diarios de mayor circulación en el país? ¿O hacer lo que hizo un popular canal de televisión, que no solo hizo tomas del colgajo, sino que mostró imágenes de la cabeza reposando inánime en una silla del hogar de la dolida madre?
Después de conversar con el amigo, hice una rápida búsqueda por internet y constaté que la imagen de marras estaba expuesta en la versión electrónica del diario. De inmediato, denunciamos por Twitter (ahora “X”) la falta de sensibilidad humana y de profesionalismo evidenciados, detalle que fue rápidamente retuiteado por varias personas que compartían el mismo sentimiento de molestia.
Con frecuencia personas me sugieren escribir sobre temas de interés general. Uno de ellos es, precisamente, el abuso de los medios de comunicación publicando imágenes que ofenden la dignidad de las víctimas y sus familias, pero también la de los lectores y televidentes. Diversos autores han definido la “dignidad humana” como “el valor de cada persona”, también como “el respeto mínimo a su condición de ser humano”. Utilizando esta definición, todo aquello que irrespete esa condición o el valor que posee cada persona, ofende esa dignidad, atenta contra el respeto que toda persona espera para sí, es decir, indigna y por ello produce esa reacción empática de repudio y malestar profundo.
Para justificar la publicación de víctimas de accidentes o de la violencia que nos abate, algunos argumentan que “no debe ocultarse la realidad”, que ello es parte de “la libertad de informar”. Cual patente de corso, quienes así se excusan llevan los lentes de cámaras lo más cerca posible de charcos de sangre, restos humanos, heridas mortales y cuerpos inertes, condicionándonos socialmente a la realidad de su “inevitabilidad” e insensibilizándonos al dolor ajeno.
En el periodismo, como en la vida, el fin no justifica los medios. Este es un principio ético que, tratándose de la descripción morbosa de la violencia y sus efectos, obliga al periodismo a no olvidar que las víctimas, sus familiares y la opinión pública, merecemos respeto. Respeto a nuestra dignidad humana. Porque el respeto a esa dignidad es el límite que nos diferencia de la insensata barbarie y la criminal.