Los primeros días de Trump en la Casa Blanca han levantado mucho polvo, probablemente más del que el mundo necesita y la lengua no puede presumir de haber quedado impoluta. Una orden ejecutiva convierte al inglés en la lengua oficial de los Estados Unidos. Y aunque pudiera parecer algo obvio, pues en las academias que enseñan inglés se enarbola la bandera de las barras y las estrellas y en nuestros centros educativos bilingües se celebra Acción de Gracias, entre otras festividades ajenas, no es de esa manera. El conflicto de la diversidad lingüística, los derechos lingüísticos y las lenguas oficiales son temas más complejos que una orden ejecutiva. Es necesario aclarar, por supuesto, que en el caso de la declaración del inglés como lengua oficial no implica la prohibición explícita de la diversidad lingüística, sin embargo, sí que pretende crear una categoría hasta ahora inexistente para el inglés en los Estados Unidos que deriva en algunas acciones concretas para los habitantes de ese país. La pregunta es, ¿qué dice esa oficialización del resto de lenguas? Incluido, evidentemente, el español. También, apenas inició su mandato firmó otra orden ejecutiva que cambió el nombre del Golfo de México por el Golfo de América, por lo menos para su plataforma continental y a nivel nacional, no internacional. Por cierto, el nombre “América” para referirse a los Estados Unidos, ya sabemos que genera mucha resistencia en un sector del continente por aquello de totalizar o “acaparar”, si se quiere, un nombre que es para todos, aunque para mí estos usos (como país y continente), y trato de hablar con criterio lingüístico, no son excluyentes. Pasa más o menos lo mismo con la Serie Mundial de béisbol (también estadounidense) o con el certamen de belleza Miss Universo. Recordemos el lema de las campañas presidenciales de Trump: Make America Great Again, aunque la elección de America en lugar de United States puede parecer un asunto trivial, no lo creo de esa manera. America puede que suene a más y más nacional. También su discurso ha estado lleno de calificativos para los americanos (nosotros). Tampoco esto es nuevo, extranjeros desde hace décadas, Hollywood, por ejemplo, nos dice cómo somos. En otras latitudes, el Gobierno de Milei en Argentina se dispuso a prohibir en febrero de este año el uso del lenguaje inclusivo en el aparato gubernamental. El Gobierno anterior había dispuesto lo contrario. Estas acciones corresponden a la llamada política lingüística, en otras palabras, a las disposiciones que tienen las personas o las instituciones sobre la lengua. Oficializar una lengua, cambiar el nombre de un lugar o disponer sobre la manera de hablar de la ciudadanía son acciones de quien ostenta el poder. Y sí, la pregunta clave es ¿qué consenso o diálogo hubo en ello? Casi siempre la respuesta es ninguno. Pienso que no es necesario hacer comparaciones con otros momentos u otros personajes de la historia, pero sí quisiera resaltar que estos son caminos que probablemente conducen hacia paisajes grises o por lo menos no tan floridos, entendiendo el más florido de los paisajes como la mejor de las posibilidades. La lengua ha sido, es y seguirá siendo una gran herramienta de poder. La acción sobre ella puede entenderse como un síntoma o como una acción paralela con el resto de ejercicios del poder. Recuerde, no son solamente palabras.
La lengua y el poder
Oficializar una lengua, cambiar el nombre de un lugar o disponer sobre la manera de hablar de la ciudadanía son acciones de quien ostenta el poder”
- 08 de abril de 2025 a las 00:00
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