En los llamados “Archivos del Terror”, encontrados en Paraguay en 1992, se calcula que la siniestra Operación Cóndor dejó un saldo de 50 mil asesinatos, 30 mil desaparecidos y cerca de medio de millón de opositores encarcelados, sobre todo en Argentina, Chile, Brasil, Paraguay y Uruguay.
Las acciones de los escuadrones de la muerte y de las caravanas del terror en Suramérica se extendieron hasta Centroamérica, donde miles de dirigentes estudiantiles y populares, considerados “subversivos”, principalmente en El Salvador, Guatemala y Honduras, vivieron su propio “holocausto”. No hay rastros de sus cuerpos, mucho menos tumbas. Muchos de ellos, según revelaron sus ejecutores en la posteridad, fueron desmembrados, luego de haber sido torturados, y sus pedazos regados a lo largo de un camino.
Aunque tarde, en Argentina, el exdictador Reynaldo Bignone, de 88 años, ha sido condenado a 20 años de prisión junto a otros 16 militares acusados de la desaparición, tortura y asesinato de 174 personas.
Séneca dijo que “nada se parece tanto a la injusticia, como la justicia tardía”, pero más de algún otro filósofo, antropólogo o jurisconsulto habrá dicho por allí que más reprochable sería que nunca haya justicia y, peor aún, que los ideólogos, cómplices y ejecutores de esos abominables acontecimientos, hoy pretendan erigirse ante la sociedad como “mártires” de la Operación Cóndor mediática y como “próceres” de la justicia y de la libertad.
Habrá que esperar, entonces, la justicia divina, de la cual nadie escapa, aun aquellos personajes palaciegos, y oscuros, que hoy se creen la reencarnación del Cid Campeador y amenazan con su espada Tizona a los “perversos” y “villanos”.
*Periodista