Las redes sociales y los chats se han vuelto tóxicos e irracionales. Familiares, amigos, colegas, compañeros se han distanciado por posiciones radicales e intolerantes y, lo peor, peleándose por políticos insustanciales. Esta polarización no es casualidad, deriva de estrategias calculadas para mantenernos divididos.
Si los ciudadanos se odian entre sí, jamás se unirán para exigir salarios justos, pensiones, mejoras en Educación y Salud, reducir la desigualdad, limitar el poder de las élites, una vida digna, y nunca votar por políticos ligados a criminales o por los incapaces que llegan a importantes puestos. Por eso, confrontarnos en “buenos” y “malos” es un gran negocio para unos pocos.
Desde el Partido Nacional intentan denostar a los de Libre llamándoles ñángaras e ineptos, y desde ahí les responden acusándolos de narcos y corruptos. Los liberales, aunque con timidez, cuestionan a los nacionalistas, pero atacan con todo al gobierno; es un intercambio feroz e interminable de insultos, señalamientos y amenazas, que soslayan los problemas que realmente nos agobian.
Este oficio de comunicador nos ha permitido conocer, en más de tres décadas, a personajes y personajillos metidos a políticos. Algunos íntegros, juiciosos y de sanas intenciones. Otros, ansiosos de poder y megalómanos. Varios bandidos con deseo irreprimible de saqueo. Muchos, muchísimos ignorantes, incluso presumiendo título universitario, y casi promueven -sin saberlo- la división entre buenos y malos.
Desde luego, entre menos conocimiento tiene una persona, es más radical. La intolerancia deriva de la ignorancia. De hecho, algunos de estos políticos y los que multiplican sus mensajes ni siquiera se enteran de que sólo siguen el guion o la estrategia montada por otras personas, grupos elitistas o alguna embajada, para mantenernos en permanente confrontación.
El maniqueísmo político no es nuevo. Siempre se ha estimulado la división y el odio entre los ciudadanos para que los poderes políticos y fácticos puedan hacer lo que quieran. Así lo demostraron los imperios coloniales; los promotores de la esclavitud y el racismo; las religiones, matándose entre católicos y evangélicos o hindúes y musulmanes; la Guerra Fría.
Parece ridículo, pero la campaña de oposición es: “No queremos ser Venezuela, Cuba ni Nicaragua”; mientras, desde el partido oficialista responden que no volverán el narcotráfico y la corrupción de los nacionalistas. La gente toma partido y se enoja por el debate izquierda-derecha, socialista-fascista, socialismo-neoliberalismo, mientras los planes de gobierno no se mencionan.
Algunos medios y las redes incentivan el odio, por sus propios intereses o porque las emociones y extremismos ganan seguidores en una sociedad que cambió los memes graciosos, las fotos felices, las canciones, las poesías, los reclamos legítimos y la denuncia verdadera por la ofensa y el desprecio.