Columnistas

La salud mental del hondureño

No creo ser la persona más indicada para hablar sobre salud mental, pero ante la callada complicidad de los psiquiatras, voy a hacerlo.

Para empezar, Honduras es un país del tercer mundo, e inclusive, si existe el término, del cuarto. A mi criterio, como preámbulo al desarrollo, necesitamos mejorar la salud de nuestra población en primera instancia, y luego, nuestra educación. En Honduras se observan enfermos mentales deambulando por la calle total y completamente desatendidos.

Gracias a Dios, mis hermanos y yo crecimos en un ambiente estimulante con la posibilidad de acceder a libros, documentales televisivos, y luego, seguido por todo el avance de la informática.

Pasando al problema de la salud mental en Honduras, tuve que ir a hacer unas diligencias con una colega al Hospital Santa Rosita y me dolió ver como se margina y se aísla al enfermo mental del resto de la sociedad, siendo la integración a la sociedad una última condición obligatoria, a la par de los medicamentos, como parte de su proceso de recuperación.

En un artículo de Selecciones del Reader’s Digest leí que un centro para pacientes mentales se había quemado o destruido de alguna forma, como consecuencia, todos los pacientes se diseminaron entre la población normal. Al volver a localizarlos, los encontraron en mucha mejor condición que cuando estaban en aislamiento.

A mi modo de ver, el enfermo mental, denominado erróneamente por los romanos como (furiosi) o loco furioso, debe ser tratado con medicamentos de última generación, sobre todo, en el caso de las esquizofrenias, cuyos pacientes no son violentos ni agresivos, por el contrario, son apartados y retraídos como resultado de imaginar cosas que no ocurren en la realidad porque están confundidos (característicos síntomas negativos de la enfermedad), sin embargo, dichos síntomas se solucionan con el uso adecuado de medicamentos.

Desde mi perspectiva, considero importante no usar medicinas antiguas, desarrolladas hace muchas décadas, quizás desde los años 50, consideradas baratas, y con muchos efectos secundarios, completamente indeseables a estas alturas.

Que me corrijan los médicos si digo cosas equivocadas, pero en la actualidad tenemos disponibles muchos y mejores medicamentos. A lo que aspiro para el enfermo mental es a la oportunidad de crecer en un ambiente de fuerte estimulación, como en el que crecí yo, rodeado de libros y otros elementos que contribuyeron con dicho propósito de tantas maneras.

Desde luego, hago extensiva mi aspiración y solicitud para que los muchachos “normales” también crezcan y gocen de una educación tan privilegiada como fue la mía. Una última cosa que agregar, todos podemos, en algún momento de nuestra vida perder la cordura y experimentar una condición mental anormal transitoria, en tal sentido, midamos a los demás con la misma vara que queremos ser medidos.