En los tres niveles: Ejecutivo, Legislativo, Judicial, también a escala municipal, partidos políticos y fuerzas sociales que buscan revivir ideologías y sistemas que se consideraban ya superados por nocivos e inhumanos: racismo, nazismo, fascismo, militarismo, no solo han revivido, igualmente encuentran receptividad tanto entre sectores de las élites políticas y financieras, como entre estratos medios y obreros, urbanos y rurales, que se autoperciben marginados, excluidos e ignorados por el establishment, indiferente hacia sus vidas.
Denuncian, exitosamente, las limitaciones de las democracias liberales, las crecientes desigualdades en oportunidades e ingresos, la globalización de los mercados, el deterioro de las condiciones socioeconómicas en los países del primer y tercer mundo con las migraciones masivas de personas procedentes de naciones sureñas con rumbo hacia el Hemisferio Norte, chivo expiatorio para culparlas de los problemas sistémicos que afectan a sus compatriotas.
Promueven y respaldan a candidatos a cargos de elección popular que comulgan con cosmovisiones radicales derechistas, practicantes del discurso demagógico que apela a las emociones antes que a la racionalidad, proyectándose como redentores mesiánicos que impondrán “orden” y restablecerán hegemonías de gran potencia, hoy cuestionadas por bloques internacionales emergentes que plantean alternativas de desarrollo y crecimiento.
Ya en la década de los novecientos sesentas accedieron al poder, vía golpes de Estado, dictaduras castrenses en Brasil (1964), Argentina (1966), que prefiguraban las de Pinochet en Chile (1973), Uruguay, Bolivia, Perú, respaldadas activamente por Washington, implementando el modelo neoliberal exaltado por los economistas discípulos de Friedman como el nuevo evangelio salvador, que cuenta en Milei su más reciente propagandista, bienvenido en los foros del Grupo de los 7, rectores de la economía planetaria, vía Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, con el dólar como moneda de curso y aceptación universal.
Es en este marco referencial que triunfa la candidatura del millonario Trump el 2016 en Estados Unidos, que hoy busca ser reelecto, con posibilidades de triunfo; de Bolsonaro el 2018 en Brasil, de Bukele en El Salvador.
En Europa, España, Italia, Francia, Austria, Hungría, Países Bajos, Polonia, en grados diversos, similares tendencias crecen y se refuerzan recíprocamente, en alianzas de mutuo apoyo. En Asia, Israel, Turquía, Irán, India, Myanmar, también se inscriben en este giro hacia la ultradiestra, con prácticas represivas y de intolerancia hacia la disidencia, coartando libertades y violando derechos humanos básicos.
Un común denominador a estos regímenes es el respaldo ideológico de iglesias y sectas fundamentalistas, medios de comunicación, redes sociales, practicantes del fanatismo, maniqueísmo, censura, que desinforman, deformando los hechos con falsedades propagadas masivamente.
El estudio de los agravios y alienaciones subyacentes en estas corrientes político ideológicas que captan el descontento popular, deben ser estudiadas objetivamente, ya que existen razones concretas para que millones de seres les otorguen respaldo y credibilidad, contribuyendo con sus sufragios para que accedan al poder, desde el cual ponen en práctica legislaciones favorables a las élites y perjudiciales para quienes fueron instrumentalizados durante las campañas electorales y hoy perciben las consecuencias de su fervor y respaldo que va pasándoles la factura, agravando progresivamente sus condiciones de existencia.
El resultado de la elección presidencial estadounidense este 5 de noviembre marcará una pauta tanto a lo interno como en las relaciones internacionales a partir del 2025.
¿Aceptará Trump el resultado electoral, si este le es desfavorable, o nuevamente apelará a la insurrección de sus acólitos para retornar a la Casa Blanca y poner en práctica la profundización de sus intereses y voluntad?