El riesgo de que las Fuerzas Armadas (FF AA) se inclinen a favorecer al partido en el poder es una amenaza grave, no solo para la estabilidad política de Honduras, sino también para la integridad de su proceso democrático. La misión de las Fuerzas Armadas, en su esencia más pura, es proteger la soberanía y el bienestar del país, no servir de instrumento político. Su papel en la democracia es garantizar la paz y la seguridad, no inclinar la balanza electoral ni ejercer presión indebida sobre los ciudadanos. En este contexto, recordar su juramento de lealtad al país es más crucial que nunca.
Cualquier inclinación hacia el partido gobernante no solo socava la confianza pública, sino que traiciona los principios fundamentales en los que se basa el Estado de derecho. La obediencia debida a la Constitución no admite excepciones. No se trata de defender a un presidente o a un gobierno de turno, sino de proteger a la República y sus instituciones. Como bien dijo George Washington, “cuando el Ejército toma parte en la política, la libertad peligra”. Honduras no necesita de un poder militar que actúe como árbitro de la política, sino uno que respete el mandato de la ciudadanía y el equilibrio entre las fuerzas civiles y militares.
No deja de ser curioso que aquellos que hoy ocupan los altos mandos de nuestras Fuerzas Armadas, condecorados por su servicio, parezcan olvidar sus responsabilidades para con el pueblo. Pareciera que algunos confunden lealtad a la patria con servidumbre al gobierno en turno. La ironía está en que, mientras se esmeran en complacer al poder político, olvidan que este cambia, y con él sus aliados. Porque los políticos son como el clima: siempre cambian. Y cuando llegue la tormenta del descontento popular, los mismos que hoy disfrutan de los vientos favorables, buscarán el refugio de una institución militar que debería haber permanecido fiel a su misión original.
La reciente visita del jefe del Estado Mayor Conjunto, Roosevelt Hernández, a Venezuela fue un acto profundamente controvertido que desata muchas inquietudes sobre la integridad del próximo proceso electoral. Asimismo, la presencia del estrictamente ciudadano Manuel Zelaya, dirigiendo la Junta de Comandantes de las Fuerzas Armadas de Honduras, a la par de la candidata de su partido, es una sonora bofetada a los principios que rigen esa institución.
Como orgulloso exmiembro de las Fuerzas Armadas de Honduras -con chapa EHT 8502080019, en caso de las inevitables dudas-, me siento sumamente defraudado porque sé lo que significa portar el uniforme y el peso del juramento que hacemos. Esto no es un tema de opiniones, sino de principios fundamentales que nos deben guiar. En esto, los tiempos de antes sí eran mejores como decía el Quijote, porque al menos entonces recordábamos lo que era el honor. Hoy, parece que lo hemos dejado en el cajón de los recuerdos mientras entregamos nuestra misión al mejor postor.
Si seguimos por este camino, la democracia en Honduras corre el peligro de convertirse en una fachada, y aquellos que deberían estar al servicio de la nación se habrán transformado en los peones de un sistema dictatorial y perverso.