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Las vacaciones inventadas

Está contento, contentísimo, porque la otra semana irá a conocer el mar. No debe tener doce años y conversa conmigo a la salida de la escuela. Lo ha visto tantas veces en la tele, en Internet, que cree que la inmensidad oceánica no lo va a impresionar. Sus padres, como muchos, aprovecharán las vacaciones, su esfuerzo económico, para pasar del agotamiento cotidiano a la extenuación viajera: cambiar de cansancio, que siempre es saludable.

Todavía hay quienes creen que las vacaciones son innecesarias, una pérdida de tiempo, una expresión de holgazanería, lejos de los estudios que nos recuerdan la salud mental y la mejor productividad.

Que los patronos o los empresarios renieguen de las vacaciones por una desconsideración social o una equivocada conveniencia económica, es una cosa; pero, es que hay empleados que se ufanan de no tomar días libres y que llevan años sin un descanso laboral, eso es malo.

Eso sí, nombrarla “Semana Morazánica” es presuntuoso, da la idea de que serían unos días dedicados al estudio, exposiciones, semblanzas, proyecciones, foros y todo un acontecimiento cultural e histórico sobre Francisco Morazán. Pero no, es para justificar (que no es necesario) un período de vacaciones; ya sabemos cómo, juntaron los feriados: el 3 de octubre por el natalicio del propio Morazán; el 12, Día de la Hispanidad (llamarlo Día de la Raza es racista); y el 21, Día de las Fuerzas Armadas (no tendría por qué ser feriado).

Probablemente tuvieron buenas intenciones en el Congreso Nacional al unir los feriados de octubre, pero ¡es tiempo de huracanes! Siempre hay lluvias, tormentas tropicales, inundaciones y deslaves por esta época.

Quizás fue difícil justificar las vacaciones sin aguaceros, durante la canícula de agosto, o en junio, cuando los hondureños reciben el decimocuarto salario. Por ahora las autoridades prometen buenas carreteras y seguridad a los más de dos millones de hondureños que saldrán a pasear.

Pese a todo, arrastramos antiguos esquemas de relaciones obrero-laborales y muchos se avergüenzan de tomar vacaciones o las piden como un favor al patrono, no como un derecho.

En la Roma imperial solo tomaban tiempo solaz los que estaban en el poder y la burguesía; para los trabajadores, lo que llamaban en latín “vacatio”, únicamente los liberaba unos días de obligaciones religiosas, sin dejar de bregar.

En el antiguo reino de Castilla, Alfonso X otorgó a los campesinos un período de “vacaciones judiciales” para que no los demandaran ni citaran a tribunales en tiempos de producción, que coincidía con el verano; como los jueces solo procesaban a los pobres quedaron con poco trabajo y tomaron meses libres; el clero hizo lo mismo, y como los curas manejaban las escuelas, los alumnos también tenían feriado en julio y agosto. Al rey lo llamaron “El Sabio”, pero por otras cosas.

Fue la aristocracia francesa del siglo XVIII la que desarrolló parte del turismo moderno al dedicarse en verano a viajar, comer, bailar, beber, cazar y todos los excesos que después les costó la cabeza. Hasta la invención del ferrocarril es que la clase obrera pudo viajar, pero tuvo que esperar el siglo XX para tener vacaciones como derecho.

Así que aprovechemos estas vacaciones para reencontrarnos con la familia o los amigos e irnos por ahí. Algunos descubrirán o redescubrirán las ruinas mayas, las montañas mágicas, los ríos místicos, las playas fiesteras, los pueblos encantadores y volverá con grandes impresiones, sensaciones; seguro también las tendrá el incrédulo escolar cuando reciba el aire salobre, el ruido, el color y la energía que transmite el mar ante su presencia.