Buena parte de mi experiencia como docente transcurrió en escuelas para varones. Desde la primera vez que en 1994 tuve la dicha de involucrarme en las particularidades que requiere la educación de niños y adolescentes, tengo que reconocer que las cosas han cambiado en la sociedad.
Recuerdo que en una ocasión un padre de familia mencionaba que había inscrito a su hijo en una escuela de educación solo para varones porque buscaba inducir a su hijo en una sana masculinidad. Con cierta tristeza, mencionaba que algunos matrimonios de sus compañeros de clase estaban en crisis. Precisamente porque faltaban padres conscientes de su misión dentro de la familia.
Richard Reeves escribió un libro cuya lectura me pareció interesante: “De niños y hombres: por qué el hombre moderno tiene dificultades, por qué es importante y qué hacer al respecto”.
En él quedan al descubierto algunas desventajas sociales y sistémicas que enfrentan los chicos, en parte consecuencia a que en los últimos años se puso especial énfasis en la educación femenina. Por ejemplo: hoy en los Estados Unidos, las tres cuartas partes de los títulos de licenciatura se otorgan a mujeres. Uno de cada cinco padres no vive con sus hijos.
Los hombres representan casi las tres cuartas partes de las muertes por desesperación, por suicidio o sobredosis. Para colmo, los hombres tienen menos probabilidades que las mujeres de ser ayudados por políticas públicas.
El autor menciona que “la familia tradicional era una institución social eficaz porque hacía necesarios tanto a hombres como a mujeres”. También reconoce sus limitaciones, especialmente para las mujeres. Con las niñas superando a los niños en educación, y ganando cada vez más que ellos profesionalmente, el papel masculino como “proveedor” prácticamente desapareció en los países desarrollados.
Las mujeres todavía tienden a considerar a los hombres con altos ingresos como la pareja “ideal”. Y los hombres menos educados que no tienen compromisos familiares tienden a tener menos incentivos para trabajar. Finalmente, el divorcio puede dividir a las familias, especialmente entre los grupos socioeconómicos más bajos. Reeves lo expresa claramente: “La mayoría de los niños en los Estados Unidos no pasarán toda su infancia con ambos padres biológicos”. Ambos padres continúan siendo importantes. Los desafíos del matrimonio y la paternidad son fundamentales: la cuestión de cómo “reconstruir el papel de los hombres en la familia” representa “el mayor desafío de todos”.
El autor reconoce que hace falta “el desarrollo de un nuevo modelo de paternidad, adecuado para un mundo donde las madres no necesitan a los hombres, pero los niños aún necesitan a sus papás”. Cuando los hijos llegan a la adolescencia los datos indican que la “paternidad comprometida” trae resultados positivos medibles en áreas como la salud mental de los adolescentes, finalización de la escuela secundaria, alfabetización y menores riesgos de delincuencia y consumo de drogas. “Los niños para las mamás, los adolescentes para los papás” es el resumen que el autor hace en cuanto al rol complementario de cada padre.
En su libro Reeves establece un argumento sólido y bien documentado de que necesitamos promover una educación específica para los niños. De esta forma se les ayudará a mejorar su desempeño deficiente en la educación, el lugar de trabajo y la vida familiar.