Hoy no deseo escribir de agricultura o de producción agrícola ni de los problemas continuos que afligen a los productores agrícolas. Menos referirme a temas económicos, sociales o políticos y tampoco deseo referirme al sinnúmero de asuntos que repercuten en el desempleo, la pobreza, hambre, inseguridad y violencia, muerte y migración de las familias hondureñas.
Hoy, yo quiero dedicar, modesta y sinceramente, un pequeño y sencillo homenaje a las reinas de mayo: a la mamá de cada uno de nosotros.
En la transición de abril a mayo, en las vísperas de la semana del Día de la Madre, una semana en que salieron al aire escenas de violencia extrema, muerte de migrantes, muerte de choferes y ayudantes de transporte de buses, muerte de jóvenes en manifestaciones contra este régimen autoritario, muerte por cuestiones de tráfico de droga, muerte por falta de cirugías y medicamentos en los hospitales, muerte por accidentes automovilísticos, muerte por incendios, violaciones de jóvenes, heridos por todos lados, policías y militares comprometidos en asesinatos y tráfico de drogas, políticos mintiendo y un largo etc. En estas tragedias de lo cotidiano en Honduras, siempre pienso en las MADRES. Las MADRES de las víctimas en primer lugar. No consigo imaginar cuánto lloran y cuánto sufren.
Y qué decir de las MADRES de los criminales. Son MADRES también, que ciertamente sienten el dolor de ver a sus hijos transformados en seres capaces de hacer tremendas crueldades y peor todavía, en los casos de menores de edad. Entiendo que muchos no deben tener familia estructurada, pero otros sí la tienen, o por lo menos tienen MADRE y abuelos que los aman y desde luego, se deben preguntar dónde se equivocaron. Creo que ellas desean un futuro bueno para ellos… justamente a ellos, que cortaron el futuro de otros, la generosidad materna jamás ira a renegarlos.
La MADRE anhela que sus hijos estén libres de maldad y sufre cuando los hijos e hijas se convierten en maldad y sean amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios. Viene la MADRE implorando a ruego tendido y con amor diciendo: “Hijo, apártate de los malos caminos”.
Antes de todo, imagino que el Día de las Madres debiera ser aquel día en que todos los hijos, sean pequeñitos o adultos, elevasen sus corazones en oración de celebración y agradecimiento. Siempre es día de agradecer el privilegio divino de tener a mama presente y también agradecer a Dios por haber recibido en su seno aquellas que ya se fueron.
Es verdad, todo hijo, aunque adulto, para la MADRE será siempre pequeñito y la mamá para él será un reducto de cariño y un abrigo de amor, siempre con disposición para curar las heridas, inclusive los de la pasión.
MADRE, mujer dulce y frágil, amorosa, tierna, acogedora y sonriente, cariñosa y humilde, pero, se puede transformar en una leona corajosa y guerrera, dispuesta a luchar cualquier lucha por sus hijos e hijas.
Las madres son únicas, no sólo porque nos han dado la vida, sino porque nos dan su vida cada día de nuestras vidas. Sin ellas, no hubiéramos llegado a ser lo que somos hoy en día. Nos cuidan, protegen, nos ayudan a crecer, nos dicen las verdades que duelen, pero también son las únicas que nos hacen sonreír cuando otros no lo consiguen.
Ser madre es levantarse cada mañana con la mejor de las sonrisas, y que en los días oscuros solo con un “¡Mamá, te quiero!” se transforma para ellas el mejor día de su vida, el tener que luchar cada día en trabajos duros sacando paciencia y esfuerzos que antes ni tan siquiera sabía que podía hacerlo, aprender de una personita tan pequeña lecciones de vida que le erizan la piel cuando con su corta edad es capaz de decir siempre… “Gracias”, “de nada”, “buenos días”, “hasta luego”, siempre con esa sonrisa y sea quien sea sin importar ni edad ni color ni nada, eso es enseñarle al mundo lo que es vivir y cómo unas simples palabras pueden cambiarlo todo.
Por lo que representa este día y por todo lo que sentimos por nuestras MADRES, ofrezco a todas ellas una flor, como símbolo de gratitud y respeto que se merecen. Particularmente a mi amada madre, quien a sus 98 años continúa brindándome su amor de vida, su amor incondicional.
Gracias Dios por la MADRE que nos diste.