Columnistas

Matar la razón

El mundo civilizado ha condenado el atentado a la vida de Donald Trump, uno de los líderes políticos más trascendentales en los últimos años.

La violencia es irracional e inhumana desde cualquier perspectiva ideológica que desemboca en la democracia, planteada como un sistema de gobierno que se basa en la voluntad del pueblo y el respeto a la diversidad de opiniones, enfrentando desafíos de barbarie en la actualidad. La intolerancia a las ideas y puntos de vista diferentes, la falta de diálogo y debate constructivo y la aniquilación total de la razón crítica amenazan su persistencia.

La intransigencia a las doctrinas contrarias no es novedad, pero su prevalencia en el discurso político contemporáneo es alarmante. Esta actitud cerrada impide el intercambio de perspectivas y la posibilidad de llegar a consensos que beneficien al conjunto de la sociedad. Además, la polarización y la retórica dividen hasta el derrumbe de los frágiles principios democráticos de inclusión y representatividad.

En Honduras, para poner como muestra el desorden de nuestra casa, perpetuamente ha existido la falta de dialéctica. La ausencia de un método de argumentación y razonamiento que busque la verdad a través de la discusión de ideas opuestas ha limitado la capacidad del país para abordar problemas complejos de manera efectiva. Nunca tuvimos un debate saludable y razonado, pero antes los políticos en sus misas negras se ponían de acuerdo entre sus trampas y ambiciones para enfrentar los destinos de este pueblo. Hoy en día, las decisiones políticas se basan en la imposición de una visión única, se incinera al opositor en una plaza pública, se amenaza y se sacuden la suciedad frente a los reflectores de la estupidez, mostrando la calaña de su pedigrí de tiranos del tercer mundo.

Habrá que buscar bajo las piedras de un nuevo orden el raciocinio y la conciencia ideológica, pilares fundamentales de la democracia. La discusión permite que las ideas sean examinadas y desafiadas, promoviendo la razón crítica que asiste a discernir entre argumentos válidos para tomar decisiones instruidas. Cuando estos elementos se debilitan, como sucede todos los días en la nación, este aspecto de democracia es derrotada por la manipulación, el autoritarismo y las violentas formas de señalar al opositor, como enemigo público número uno de los que tienen el poder real.

Habrá que sacrificarse donde sea y contra todas las formas de poder absoluto para preservar la democracia. En Honduras, nunca antes como ahora había sido tan imperativo fomentar una cultura de respeto y apertura hacia las ideas y opiniones de los demás. La cultura política es crucial en este proceso, al enseñar a las personas a pensar críticamente, a debatir de manera constructiva y a valorar la diversidad de pensamiento. Asimismo, los medios de comunicación tienen la responsabilidad de proporcionar información veraz y equilibrada y de promover un discurso público que contribuya al bienestar común, evitando reproducir las diatribas de “analistas” de circo que opinan sobre política, sacando a relucir sus venganzas y odios enconados.

Ninguna de esta plaga de vividores de la política ha entendido que la cultura democrática de una nación es un tejido complejo que se nutre de diversas fuentes: la historia, la educación, las instituciones y, por supuesto, la opinión pública.

En conclusión, esta democracia requiere de un compromiso activo con los valores de diálogo, tolerancia e ideas. Solo a través de la revitalización de estos principios podremos enfrentar los desafíos actuales y asegurar un futuro democrático sólido, o acudiremos a los funerales de nuestra propia imagen, revestida en las miserias humanas de políticos bárbaros, sin lucidez y sin alma, que de un certero balazo mataron a la razón.