El filósofo surcoreano Byung-Chul Han es una de las voces más aclamadas de la filosofía actual, por lo menos los que la vemos desde afuera y conocemos quizá lo más mediático.
Una de las ideas clave que ha propuesto -y que particularmente me ha asombrado- es la de la sociedad del cansancio, una sociedad que se autoexplota voluntariamente con la fantasía de la libertad.
Si históricamente la explotación ha venido de un ente externo, que nos castiga por no cumplir la norma, en la actualidad la explotación viene de nosotros mismos, porque estamos seducidos por un anhelo, por unos estándares de vida, por lo que creemos que es lo valioso.Me parece que la lectura del pensador surcoreano es bastante precisa, sin embargo, creo que en los países como Honduras hay elementos que pueden tener un matiz distinto. Sí, igual que en el primer mundo nos autoexplotamos, pero quizá las razones sean más vitales.
Desde que somos pequeños entramos en una carrera feroz, se nos enseña a entender la vida como una competencia, a la vez que se pierde completamente el enfoque del aprendizaje, e importa todo, menos ser felices. A partir de cierto grado comienzan a aparecer los discursos sobre nuestro futuro y con ello que no importa cuánto trabajo y salud mental nos signifique la escuela, el colegio y la universidad, la semilla ha sido implantada: hemos aprendido a autoexplotarnos. Y a partir de ese momento somos excelentes instrumentos de trabajo. A secas.
La diferencia es que en Honduras la autoexplotación está signada bajo la promesa de dejar la pobreza o por lo menos no caer en la miseria. Y sí, algunos se autoexplotan porque creen que la felicidad es algo que está cruzando un río llamado carrera, diploma, fama, hasta unos cuantos “me gusta” en redes sociales o cosas parecidas que usted bien se puede imaginar.
Pero volvamos a la pobreza, que en Honduras significa inseguridad ciudadana (más cruda, violenta y mortal quiero decir), inseguridad social, mala atención en salud, educación rezagada y permanentemente cuestionada, persecución y discriminación cultural, cerco social y de clase, problemas de vivienda, inseguridad laboral y puede continuar usted la lista.
Aquí, fracasar puede significar la muerte. Es decir, los hondureños nos autoexplotamos porque no nos queda de otra, porque el Estado lleva siglos (sí, podemos decirlo en esos términos) siendo incapaz de proveernos bienestar en todos los aspectos de nuestra vida, y porque las condiciones para esa autoexplotación son muy favorables. Tanto que lo tenemos normalizado y hasta puede ser considerado negativo o rebelde aquel que se resista a hacerlo. Me atrevería a decir que forma parte de nuestra cultura, las cosas malas también pueden ser consideradas costumbres.
Y las consecuencias son graves: tristeza, depresión, ansiedad, desasosiego, ira y en general un vacío profundo. Estos estados conllevan otros problemas muy serios, como el refugio en el alcohol, por ejemplo, o la descomposición de las familias producto de la falta de comprensión de lo que nos sucede como seres humanos.
Piense si se siente cansado o percibe en usted alguno de los estados del párrafo anterior, tal vez un par de lecturas de este filósofo surcoreano le puedan dar una respuesta o por lo menos le digan algo y le hagan compañía a sus pensamientos.