Navidad sin cohetes

A tantos años de intentar inútilmente erradicar la quema de pólvora, la autoridad debe entender que sus políticas restrictivas no funcionan

  • 28 de diciembre de 2024 a las 00:00
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A escasas horas que el mundo celebrara la fecha del Advenimiento de Jesús, gran parte de la población lo festejó con desbordante alegría, abundancia de obsequios, cánticos centenarios, deliciosas comelonas y bullangueras reuniones familiares. Para muchos, la Navidad es motivo de inmensa alegría, de reconciliación familiar y de melancólicos recuerdos de inocente niñez o de aventureras adolescencias.

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Sin embargo, no en todos los rincones del planeta y, particularmente, de nuestra Honduras, prima esa desbordante felicidad. En muchos humildes hogares, donde se carece hasta de luz eléctrica, alumbrados solo por candiles, ya a las seis de la tarde, lo que colma los sencillos y humildes platos en las mesas de nuestros compatriotas, es, tal vez, un hermoso tamal con tortilla tostada y un porrón de café. Obviamente, no hay televisores encendidos, ni arbolitos con adornos multicolores, ni manzanas ni uvas, ni rompopo, ni suculentas torrejas, si acaso, en los hogares devotos, una sentida oración implorando al cielo que se haga realidad ese augurio de “un próspero Año Nuevo”.

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Algo muy particular en estas celebraciones, es el tradicional estallido de petardos o cohetes, que, como heraldos de la temporada, parecen anunciar, con gran estruendo y multicolores luces, la llegada del Señor. Alguien sentenció que la “Navidad sin cohetes no es Navidad”. Particularmente en los pueblos de Asia y toda la América Latina, el estallido de los petardos, cuando el reloj junta sus manecillas al filo de la medianoche, culmina la espera de esta festividad religiosa.

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Desde hace muchos años, un grupo de ciudadanos preocupados por las lesiones sufridas por niños al estallarles cohetes de alto poder en sus frágiles e inexpertas manos, han pretendido por la vía de la prohibición, enterrar una tradición centenaria. Esta labor tesonera es encabezada, con justificación, por los médicos que atienden las salas de emergencia de los hospitales. Las autoridades municipales de las principales ciudades hacen inútiles esfuerzos por perseguir la comercialización de estos artefactos explosivos, sin embargo, cuando llega esa medianoche del 24, las ciudades estallan al unísono como desafiando la autoridad que, inútilmente, por la vía de las escasa incautaciones, ha pretendido terminar con una tradición.

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A tantos años de intentar inútilmente erradicar la quema de pólvora, la autoridad debe entender que sus políticas restrictivas no funcionan; que debe modificarse la estrategia, que en lugar de erogar tantos recursos por la vía de la represión, se debería iniciar un programa de educación general de padres y de jóvenes que de inicio desde el mes de octubre, para que cuando llegue diciembre podamos tener una población adulta consciente de su responsabilidad de ejercer mayor vigilancia sobre la manipulación de explosivos en manos infantiles.

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Correcto sería también, regular la seguridad de las fábricas y la comercialización de artefactos de alto poder explosivo, porque no podemos olvidar que los hijos de los coheteros también comen del oficio de sus padres. Prohibir su producción y venta es condenarlos a la pobreza eterna.

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