Modernizar una oficina es más importante que modernizar el Estado de Honduras. Así se lo han planteado algunos funcionarios de alto perfil en la cúpula de un gobierno de maquillaje populista, que disimula un gasto público sin límites, con el criadero de una clase burocrática parasitaria engrandecida en el nepotismo e inmoralidad.
Hace muchos años, allá por 1840, el general mexicano, Antonio López, hizo un ostentoso funeral de la pierna que había perdido en la guerra de los pasteles. El dictador cubano, Fulgencio Batista, tenía en su despacho un teléfono de oro macizo. El déspota, Anastasio Somoza, antes de morir, según un número de la revista Bohemia, fue catalogado como el quinto hombre más rico en el mundo, pues cuando le preguntaban por su presidencia, se cuadraba con certeza y respondía: “¿Yo el presidente de Nicaragua? ¡Nicaragua es mía!”. Por otro lado, Imelda Marcos, primera dama de Filipinas, tenía dos mil pares de zapatos que calzaba las huellas de la miseria de sus compatriotas.
Un día, Nicolás Maduro amaneció con ganas de almorzar en Turquía, y se fue a saborear un corte de costillas de cordero que el presidente venezolano degustó a un costo aproximado de 250 dólares. Nadine Heredia, ex primera dama del Perú, se gastó treinta y ocho mil dólares en joyas, para su arreglo personal. Cristina Kirchner, ex presidenta de Argentina, adquirió exclusivos bolsos de Louis Vuitton y Hermes, desembolsando más de cien mil dólares. En la casa de los presidentes, ocupada en ese momento por el general Pinochet, la ex primera dama hizo retirar el costoso mármol traído de Europa simplemente porque no le gustó. Hubo que realizar una nueva importación de mármol de Alcántara, España, del color rojo, según el capricho de la señora de aquel “enrojecido” Chile.
Unos malos ejemplos nada más, de estos exfuncionarios con gustos comprados y lavados en el sudor y sangre de los dineros del pueblo, que los coloca en esas doradas tarimas hechas para someter el erario nacional.
Lo mismo ha pasado en Honduras, con extravagancias corruptas e impunidad de políticos que han asumido el poder como una obra psíquica de sus delirios de grandeza y poder absoluto. Así lo ha dispuesto el titular del Banco Hondureño para la Producción y la Vivienda (Banhprovi), quien firmó contrato con una empresa constructora por casi 500,000 lempiras para la remodelación de su oficina presidencial. Un escándalo de dinero enmarcado y bañado en el fino barniz de la caoba revolucionaria, para decorar una oficina disfrazada de austeridad y de discursos incendiarios de “no hay pisto”, que el mismo asesor Zelaya le dio como respuesta a un dirigente indígena lenca, ante una reunión con el grupo étnico que se trasladó a Tegucigalpa para reclamar la conclusión de la carretera de su comunidad.
“Andá conseguí el dinero vos, la Casa Presidencial no es la casa de San Nicolás”, sentenció el asesor, con el eco de una carcajada, desafiando el auditorio en la burla de sus funcionaros con gusto de reyes y caprichos tercermundistas, para darse la apariencia imponente de un cargo regalado por los encantos del arrastre político.
Mientras tanto, fuera de esa oficina que ilumina el hambre de la gente, las huelgas empiezan a asomar; médicos y maestros que exigen el pago de su salario atrasado desde hace cuatro meses y el otorgamiento de su acuerdo de permanencia, pero más bien fueron amenazados con sanciones si siguen en protestas, reclamando sus derechos engavetados en trámites burocráticos, y miles más de personas honestas que buscan una oportunidad de empleo, pero si no está en el censo o si no tiene la selfie de la “marcha contra la dictadura”, nadie de ellos puede aspirar a ninguna oficina abandonada detrás de las edificaciones, donde la arquitectura de la política construye los abusivos privilegios del poder.