En el contexto de la democracia formal y patológicamente incipiente, la víspera de la convocatoria oficial a las elecciones primarias e internas de los partidos políticos se había animado un poco con la posibilidad de que por fin se rectificara la distribución del número de diputados de acuerdo a la carga poblacional.
La negligencia en los organismos electorales y las violaciones deliberadas a la Constitución y las leyes han deformado las posibilidades de una democracia genuina. El no haber actualizado la distribución de los diputados de acuerdo a los cambios poblacionales equivale a adulterar el mapa y la geografía nacional. Solo es un síntoma del síndrome de los males congénitos y adquiridos por la democracia “estilo Honduras” solo para asignarle su Documento Nacional de Identificación (DNI).
No debería ser ninguna “novedad” rectificar la cantidad de escaños que corresponde a la población departamental en base al cociente electoral bajo el principio de la representación proporcional (art. 46). Penosamente, los actuales consejeros ya salieron al paso muy descansados, recalcando que el tema de la redistribución de diputados ni siquiera “ha sido discutido en pleno, ni forma parte de la agenda prevista por el órgano electoral”. Ante este comunicado oficial surgen preguntas cruciales: ¿acaso no debe ser parte de la agenda el cumplimiento de la Constitución (artículos 46, 202 y otros)? ¿O, solo interesa cumplir con el formalismo de presentar “proyectos” para justificar presupuesto? ¿Qué se hace con todo el presupuesto en los periodos postelectorales cuando no hay mayores actividades? ¿Por qué la democracia formal es tan cara y de tan mala calidad?
Al afirmar que la democracia formal en Honduras es “patológicamente” incipiente, queremos decir que ya llevamos casi medio siglo con elecciones continuas trastabillando en varias crisis, entre ellas el trauma del golpe de Estado de 2009 y, como que todavía viniéramos empezando a revivir los años cincuenta u ochenta del siglo pasado. No logramos salir de estas Honduras. Más allá de las urnas, sus resultados cuestionados o no, han llevado a reparticiones de cuotas de poder pero, sin avances prominentes en el nivel de desarrollo material e integral de la población. Es una especie de democracia que nunca crece, subsiste pero se ha ido envejeciendo. Similar a la patología de la progeria que conlleva un envejecimiento prematuro en los niños que les retrasa el crecimiento, parecen estar normales pero se van dañando órganos vitales, hasta fallecer.
Algo similar ocurrió con el retorno a la democracia formal desde 1980. La participación popular, la esperanza y hasta el funcionamiento de los organismos electorales reflejaban animosidad y salud pero, se fueron atrofiando los órganos, solo por inercia se alcanzó unos cuantos arreglos o reformas para acomodar situaciones coyunturales pero sin cambiar lo sustancial.
Por ejemplo, pasamos de usar una sola papeleta para todos niveles de votación en los comicios de 1981, a usar papeletas separadas años después.
Si se le adicionan al departamento de Cortés 5 cinco diputados y, se les suman 1 escaño a Colón, Comayagua, El Paraíso y Olancho, mientras se le restan 3 a Santa Bárbara y Choluteca, y también 2 menos a Valle, no hay garantía de cambios sustanciales pero, se empezará a cumplir la ley y, en última instancia, más allá de la cantidad (siempre importante) dependerá de la calidad que los electores sepamos respaldar para tratar de formatear el sistema legislativo y otros órganos, tan llenos de virus.