En 2017 tuvo auge una noticia que, más allá de lo llamativo que tenía en sí misma, puso sobre la mesa de discusión de la propiedad intelectual una situación que quizá comparten muchos pueblos alrededor del mundo.
Algunos pueblos de Guatemala fueron los protagonistas de la discusión sobre los derechos de autor de las prendas de vestir que tenían diseños que son propios de los pueblos originarios mayas. Se expuso la explotación por terceros de los diseños que han sido creados a través de los años por los pueblos mayas sin que estos recibieran el menor reconocimiento.
No hace mucho surgió en Centroamérica un escándalo relacionado con la propiedad intelectual. El escritor nicaragüense de literatura infantil y juvenil Pedro Antonio Morales fue víctima de plagio por una escritora panameña, quien pidió perdón y asumió las graves consecuencias del delito. El Instituto Nacional de Cultura de Panamá (INAC) le retiró los premios concedidos por las obras fruto del plagio y los libros han sido retirados de las librerías y bibliotecas.
Traigo al conocimiento de algunos y a la memoria de otros tantos este reciente hecho porque para los que conocemos los alcances del delito de plagio siempre es motivo de escándalo que suceda; sin embargo, este escándalo suele venir a menos si se trata de la propiedad intelectual de las artesanías de un pueblo indígena, por ejemplo, porque corremos el riesgo de creer que los productos o procedimientos de un pueblo indígena no son propiedad de nadie en específico.
La Organización Mundial de la Propiedad Intelectual dice sobre las artesanías que: Desde la perspectiva de la Propiedad Intelectual, la artesanía posee tres elementos bien diferenciados: reputación: derivada de su estilo, origen o calidad; apariencia externa: su forma y diseño; y saber hacer: la pericia y los conocimientos utilizados para crear y fabricar los productos de artesanía. Y reza más adelante que cada una de estas formas puede ser protegida por la propiedad intelectual.
No se puede, desde luego, correr a proteger todo, porque por supuesto se entiende que hay elementos de cada comunidad que son patrimonio nacional y que le pertenecen a todo el pueblo hondureño. Además, determinar qué pertenece específicamente a cada pueblo es un trabajo arduo desde la historia y la antropología. Sin embargo, sí que es necesario comenzar a pensar en la propiedad intelectual de aquellos valores que son más propios de cada agrupación.
Sé que es de entrada un tema complejo, sobre todo en un país en el que existe poca o nula conciencia de lo que significa ser propietario de una imagen, de una idea o de un procedimiento. Poco se conoce y, de lo poco que se conoce, nada se ha entendido que la propiedad intelectual es para beneficio de todos.
No solamente las grandes transnacionales o los artistas reconocidos son afectados por la piratería, también nuestros pueblos indígenas o cualquier ciudadano pueden serlo. Pasa casi inadvertido porque se vive en una sociedad que ha normalizado la piratería. Es una conducta normal en la mayoría de los países latinoamericanos. No se puede esperar que se tome consciencia de lo que es solamente potencialmente una violación de los derechos de autor, cuando apenas se piensa en lo que ya es una ruptura de la ley.
Los derechos de autor no son muy distintos al resto de la vida misma. Solamente es necesario reconocer lo que le pertenece a cada uno y respetarlo de buen ánimo. Los pueblos de Honduras y del mundo merecen (valga su situación pasiva en el verbo) que se les dé el reconocimiento a sus obras y a su conocimiento.