Según testimonian datos fidedignos, la primera epidemia biológica que atacó América fue la viruela (Variola virus) importada por los iberos. Daba fiebre, vómito, llagas en boca y piel que a los días formaban pústulas y costras de feo olor que labraban cicatrices. Causó destrozos en la población indígena, calculándose a sus víctimas por millones, si bien antes ya había originado 400 millones de muertos en Europa. Fue erradicada del planeta en 1980, gracias al esfuerzo médico de muchas naciones, como igual fue luego con la peste bovina en 2011.
Los historiadores dirán que hubo una peste previa, la sífilis (cuya fuente genésica es la espiroqueta Treponema pallidum), mal de transmisión sexual sobre la que aún se discute si vivía en Europa previo a la aventura de Colón, como luce ser, o fue infecta acá por coquetas y amorosas indias al conquistador. Es interesante saber que unos pueblos siempre culpan a otros por ella y de allí sus diversos títulos: morbo gálico o francés, bubas, peste alemana, polaca, napolitana, china, española, etc. Existe todavía y puede ser mortal.
La doctoranda Yesenia Martínez dice en erudito estudio que cuando la epidemia de fiebre amarilla avasalló San Pedro Sula en 1905 el gobernante Manuel Bonilla mostró nulo interés por atender a la población de Cortés. “La Junta sanitaria de la urbe solicitó al presidente un fondo de seis mil pesos para desinfección del panteón y las casas todas de la ciudad (…). El mandatario prometió 50% del gobierno central” pero incumplió la promesa.
“Afortunadamente entre las décadas de 1910 y 1920”, dice la Dra. Martínez, “hubo una prolífera relación entre profesionales de medicina y presidentes de la república”, quienes igual eran médicos, tales como Francisco Bertrand, Miguel Paz Barahona y Vicente Mejía Colindres. “No les importó su identidad política (Nacional o Liberal)” y se dedicaron a construir el gran proyecto estatal de la salud nacional. Comparen con lo presente.
A caballo entre antiguo y moderno Ruth Tenorio (“Periódicos y cultura impresa en El Salvador 1824-1850”. Ohio State University, 2006) relata la anécdota del enorme susto que provocó, en 1836, la noticia de haber aparecido la peste del cólera morbus en Centroamérica. La bacteria Vibrio cholerae (pues bajo el microscopio vibra) origina diarrea con deposiciones abundantes, pálidas y lechosas como agua de arroz, que concluyen por deshidratar al organismo. La noticia del cólera provino de Trujillo, puerto a que lo habían portado marinos de Belice. A paso de carreta —30 días— la noticia asaltó Guatemala y San Salvador y rumores ansiosos hubo de que la muerte trotaba por Olanchito, Valfabete (Balfate) y La Guata (Olancho) pero fue falso. Con todo activó la alarma del diario “El Iris Salvadoreño” que, adicional, sugería pócimas aptas contra el mal: menjurjes tipo atol frío con limón, agua y manzanilla, “sal de ajenjos” y lavativas con láudano. Queda la sensación intelectiva de que el tiempo, o la condición humana, nunca cambian. La angustia colectiva fue ayer la misma que hoy. Ni el limón salva ahora a los ladrones de la peste inmediata, que es la cólera ciudadana por la corrupción estatal y que constituye la peor epidemia contra la patria en cinco siglos.