Columnistas

Políticos borrachos de poder

¿Qué lleva a un diputado a tirarle piedras al edificio de una organización que protege mujeres demandando la contratación de sus activistas? ¿Qué lleva a un diputado a agredir a una colega diputada por votar diferente? Es más, ¿qué lleva a un grupo de políticos a comportarse de la misma manera que sus predecesores autoritarios y soberbios? El poder es la droga más fuerte, codiciada y peligrosa de todas.

He visto y continúo viendo a políticos que apenas sienten un mínimo de poder se vuelven locos al punto de llegar a destruir lo que ellos mismos crearon y tanto aman; y, lo que es peor, viven cegados por aduladores que no les permiten ver más allá de su propia nariz y ego. La simple experiencia de tener poder muchas veces lleva a un político a comportarse de manera impulsiva, fuera de control e incluso, como un sociópata. ¿Por qué? Puede ser un problema de valores o moralidad, corrupción, desigualdad, educación o impunidad.

Pero no solo en Honduras hay borrachos de poder, todos los países -desarrollados y subdesarrollados- los tienen.

Cuando el poder no se puede controlar, ya sea porque no hay autocontrol, no hay sanciones sociales o porque las instituciones no castigan, es cuando se abusa del poder. Un político borracho de poder pierde el interés en los demás y únicamente le importa satisfacer sus propios deseos, eliminando cualquier sentimiento de empatía (entender lo que los demás sienten) y moralidad (gratitud, respeto, compasión).Cuando el político se emborracha de poder no comparte o coopera, sus incentivos son egoístas y transaccionales, no piensa en el bien común.

Por muchos siglos, el mundo occidental se ha guiado bajo la máxima maquiavélica de que el poder no se confiere, se toma a través de la fuerza, la manipulación o la coerción. Pero estudios como el desarrollado por el psicólogo social de la Universidad de Berkeley, Dacher Keltner, ha venido a desmitificar ese argumento. Keltner a través de 20 años de investigaciones sobre el poder ha demostrado que la habilidad de hacer una diferencia en el mundo depende en gran medida de lo que las personas piensan de uno, de la confianza que sienten y de la apertura a ser influenciados.

En Honduras, creemos que la única manera de ser poderoso es a través de la dominación, coerción e intimidación.

Por ejemplo, se aprueba una Ley de Empleo por Hora sin prever las salvaguardas sociales para los trabajadores, solamente porque un grupo de políticos quiere quedar bien con algunos empresarios inescrupulosos.

Años después se deroga la misma ley porque un grupo de políticos quiere mostrar que es una legislación que explota al trabajador, sin considerar alternativas económicas para los que quedarán sin ingresos. En ninguno de los casos, el poder político hizo una diferencia en la calidad de vida de los trabajadores y sus familias.

En fin, los políticos hondureños podrán tener poder, pero muy pocos son respetados por la población.