Columnistas

Hojeé la revista de cabo a rabo un par de veces. Busqué y busqué sin cesar, pero fue en vano.

No había ninguna mención o alusión. Sorprendido, husmeé en aquellas secciones dónde debería aparecer una cita obvia, imposible de eludir. Tampoco tuve éxito.

La pequeña y bella edición a todo color, con portada, imágenes y diagramación de alta calidad, estaba en la bolsita trasera del asiento del avión, la misma en que se ubican instrucciones para casos de emergencia y algún desechable de papel para náuseas fuera de control.

Ideadas para ser leídas por los viajeros, estas publicaciones contienen información variada -anuncios, artículos de interés, agendas de actividades, reportajes fotográficos, entre otros- cuya motivación principal es la oferta de servicios diversos del ramo turístico y viajes; las líneas aéreas también brindan en ellas datos sobre sus servicios, aliados, puertas de embarque y otros de utilidad para sus clientes y usuarios.

De los contenidos de la preciosa revista -anunciados en el índice- lo que más atrajo mi atención era una enjundiosa antología de nuestra rica diversidad latinoamericana (“de la A a la Z”), con cada letra del alfabeto sirviendo como la inicial de un concepto (por ejemplo, “B” para “Biodiversidad”, “C” para “Carnaval”, “F” para “Fútbol”, “T” para “Telenovela”, “W” para “Wuepa”), escrito por lúcidas plumas de periodistas, académicos y literatos de la región. Su diseño y originalidad tentaban a la lectura.

No obstante, mi desazón descrita en las primeras líneas la produjo que en ninguno de los textos de cada letra del abecedario, ni en la revista en su conjunto, apareció el nombre de Honduras. Ningún aporte étnico, cultural (popular o de otro tipo), nada que decir en lo literario (Monterroso no cuenta para estos efectos), en lo tradicional, lo fantástico (su “lluvia de peces”) ni siquiera en lo gastronómico (en algún apartado se menciona a la chicha y el único país de Centroamérica no incluido fue, adivine usted, el nuestro). No sirve de consuelo que se hablara de América Central, pues Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica (y hasta Belice) estaban incluidas en varios apartados y eran ubicadas, generosamente, en varios ítems del caleidoscopio regional.

Este trago de realidad me permitió constatar que, a los ojos de muchos, nuestro país no cuenta ni destaca particularmente dentro de la numerosa comunidad latinoamericana.

Aunque estamos dotados de una geografía y recursos excepcionales, con numerosos individuos y grupos de personas talentosas, nuestros principales atractivos y aportes no pesan ni han sido apropiadamente promovidos, dentro de nuestras fronteras y fuera de ellas.

Tomé la revista y la guardé en mi maleta. Mientras lo hacía, imágenes de violencia, corrupción, inequidad y personajes nefastos de nuestra “pencocracia” cruzaron mi mente. Sacudí mi cabeza y pensé: “¡Somos más que eso!”, y recordé todo lo bueno que tenemos y podemos dar.

¿Quiénes somos?, de verdad y nuestra valía, que estamos llamados a mostrar y demostrar.