Cuando hace apenas dos meses Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, el país más poderoso del mundo, se esperaban que vinieran cambios drásticos en las políticas de Washington, pero ni el más intuitivo de los renombrados analistas políticos, ni siquiera los organismos multinacionales con todos sus expertos, esperaban que en tan solo dos meses el mundo sufriera tantos trastornos con sus decisiones, órdenes ejecutivas y políticas comerciales.
Según la tradición cristiana, el apóstol Pedro hizo esa pregunta –quo vadis– a Jesús después de su resurrección. En el fondo, lo hacía porque quería saber cuál era el rumbo que debía tomar. Lo mismo estarán preguntándose en estos momentos Ucrania, la Unión Europea, Canadá, México, Dinamarca y, sobre todo, los mismos estadounidenses, acostumbrados, en términos generales, a llevar sus vidas sin demasiados sobresaltos.
Desde el 20 de enero no ha pasado un día sin que haya sorpresas y se escuche decir al presidente Trump que todo lo que dispuso ese día es para hacer “más grande a Estados Unidos” y para garantizar su seguridad. Empezó con el tema de los migrantes, pero siguió con los violentos recortes de la cooperación internacional y de muchos programas domésticos, pasando –incluso– sobre aquellos que fueron aprobados por el propio Congreso.
Muchas de sus “órdenes ejecutivas” –lleva en promedio más de dos diarias– las toma en base de la “seguridad nacional” como argumento de fondo, pero en realidad abordan acciones de todo tipo. Algunas de sus grandes decisiones se empiezan a convertir en angustiosa realidad.
En su primer día en la Casa Blanca ordenó el retiro de Estados Unidos del Acuerdo de París. Esto es un claro mensaje anti ambiental y seguramente impactará en las políticas globales para contener los efectos del cambio climático, algo en lo que Trump no cree. Habló de imponer aranceles a sus socios comerciales Canadá y México, y lo está cumpliendo. A China, por supuesto, pero también a todos los países, pero el golpe más fuerte lo dio al subir a un 25% los aranceles para todos los automóviles que ingresen a Estados Unidos. De poco vale que exista un Tratado de Libre Comercio con esos países, el T-MEC, porque Donald Trump pasa sobre él. Se pierde la confiabilidad sobre las futuras políticas y acuerdos de Washington.
Si el tema de Ucrania alejó significativamente a Washington de la Unión Europea y la OTAN, llegar a una guerra comercial con el bloque de aliados más importantes en Occidente parece marcar una nueva era en las relaciones con el bloque europeo y sus efectos pueden ser muy graves.
Los torbellinos diarios en la Casa Blanca sacuden a todo el mundo. En estos días he escuchado expertos estadounidenses, pero también europeos y mexicanos, y la conclusión que saqué es que hay más dudas que certezas sobre el curso que esta vorágine de decisiones tomará.
Las bolsas de valores suben y se recuperan. Hay incertidumbre, pero no desplome. Los estadounidenses –consumidores– empiezan a mostrar malestar, los políticos expresar dudas e inconformidad.
China ya sabe de las arremetidas en las guerras comerciales de Trump y no parece inmutarse, aunque ya anunció que responderá con medidas recíprocas –lo mismo que dicen Europa, Canadá y México–. Los expertos anticipan que en este tipo de guerras “no hay ganadores” y que el perdedor es el consumidor. No hay mejores consumidores que los estadounidenses.
Hay otro país al que no hay que olvidar: Rusia. La Rusia de Vladimir Putin, otro gobernante autoritario, seguramente se encuentra cómoda viendo como su otrora principal rival de Occidente muestra ahora interés por acercarse a Moscú y juntos encontrar una salida a la guerra de Ucrania que, aunque no lo quiera reconocer, ha tenido un alto costo para el Kremlin.
En efecto, pareciera que el interés de Trump es alejarse de sus aliados más importantes y reconciliarse con Putin, con quien no tuvo malas relaciones durante su primer mandato. Vuelta la pregunta ¿A dónde va Mr. Trump?
Falta por ver su cacareada y anunciada reforma fiscal, que como todo lo que hace, “será la mejor hecha jamás”... aunque no luce que vaya a ser de beneficio para la mayoría de estadounidenses.
¿Y qué de Latinoamérica? Una región que muchos presidentes estadounidenses consideraron un “patio trasero”, mientras otros mantuvieron programas de “buena vecindad”. Esos vaivenes en la política exterior de Washington han facilitado que China ponga su pie en la región. La expansión china se realiza principalmente en el área comercial y el aumento de su influencia global pasa por esa política.
Brasil ya tiene a China como principal socio comercial, pero Perú, Chile, Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador y prácticamente todos los países del área comercian cada vez más con el gigante asiático.
En fin, hay mucho más de turbulencias del Norte. No es fácil determinar lo que sucederá o a dónde va EEUU de la mano de Trump, pero sin duda una opción muy fuerte es que camina a un aislamiento... ¿Eso lo hará más grande?