En el libro “Valle, apóstol de América” (1954), escrito por el abogado y diplomático hondureño Eliseo Pérez Cadalso (1920-1999), el insigne prócer Centroamericano es calificado como “un espíritu ecuánime, excelso y generoso”, cualidades envidiables para cualquier habitante de este valle de lágrimas.
Aun con los méritos de Valle, y al margen de su valiosa contribución a favor de los intelectuales latinoamericanos, hay quienes han pretendido demeritar su obra y su vida, entre los cuales destaca el mexicano Ramón López Jiménez, mediante su diatriba “José Cecilio del Valle: fouché de Centro América” (1968).
Considero que el verdadero carácter de un individuo se revela más nítidamente en los momentos difíciles y críticos que le toca vivir, ya que los mismos sirven para demostrar el material del que está hecho una persona. Por esta razón, me aventuro a exponer algunas situaciones especiales que vivió nuestro emérito compatriota, tomadas del opúsculo del jurisconsulto Pérez Cadalso.
Poco después de consumarse la anexión de Guatemala (Centroamérica) a México, nuestro combativo vecino El Salvador, que estaba en desacuerdo e incluso amenazó con la guerra a Guatemala, le “ofreció la jefatura política a Valle; pero éste rehusó enfrentar una guerra fratricida. Él, como padre de la Patria, no iba a convertirse en escorpión devorando a su propia criatura”.
Sin que Valle lo gestionara, las provincias de Tegucigalpa y Chiquimula lo designaron como su diputado ante el Congreso de México, “al tiempo que le rogaban no declinar el mandato”. Valle aceptó el reto, haciendo constar que para él no era fácil separarse de su familia, pero no podía desatender el llamado de su tierra: “Tú sola, Patria querida, tuviste poder bastante para desprenderme de ti misma; tú sola fuiste el objeto digno de mis sacrificios”.
Estando ya en México, su defensa incuestionable por la independencia de Guatemala provocó que el 26 de agosto de 1822 lo metieran a la cárcel en el Convento de Santo Domingo, donde permaneció durante siete meses. Previo a esta penosa circunstancia, “algunos amigos le aconsejaron que huyera”, pero Valle respondió diciendo: “Que se escondan los que son reos ante la ley; los que han cometido delitos y son positivamente criminales. Yo no conozco el crimen; yo soy hombre de bien; yo respeto la virtud y procuraré respetarla”.
Como la vida tiene giros inesperados, el emperador Iturbide queriendo sacar provecho de sus múltiples capacidades, lo nombró secretario de Relaciones Exteriores del Imperio, cargo que rechazó en dos ocasiones, pero al final decidió aceptarlo, ya que comprendió que su elevado puesto podía constituir una buena tribuna para seguir trabajando a favor de la independencia de Guatemala, por lo que no tuvo empacho en dejar a un lado el ultraje al que había sido sometido al mantenerlo prisionero ni pretendió vengarse de sus acusadores.
Iturbide abdicó en marzo de 1823, facilitando que Valle retornara “a su antigua curul”, desde la cual pronunció un “memorable y grandioso discurso, que fue el tiro de gracia para la Anexión”. Allí Valle expresó que “ningún hombre es obligado a otro hombre, sino cuando el mismo ha querido obligarse”.