A empezar. Entre paganismo y religión, el final de la Semana Santa nos enfrenta a los hondureños, con los desafíos de un cristianismo y de una democracia, después de tanto tiempo, aún en proceso de construcción. Hay demócratas antidemócratas, hay cristianos a veces no tan cristianos.
Ser cristianos en la religiosidad propia de las fechas y ciudadanos que con el ejercicio del sufragio encontremos el culmen de nuestra satisfacción, cristiana y ciudadana. Ahí en Semana Santa pareciera agotarse toda piedad y ahí en las urnas, todo republicanismo.
Valor cristiano y valor democrático, que en realidad es al final de la Semana Santa y de la fiesta electoral, cuando apenas inician su conversión a un humanismo real y solvente. Al menos debieran.
Se espera: hacerlo, serlo. Demandas certeras que no se esfuman, al cerrar los ojos, al tapar los oídos o al apretar la boca. Es improbable que un buen cristiano no sea un buen ciudadano. Unos de verdad.
Es tanta apariencia: la ficción de vidas ejemplares que no son en un laicismo religioso.
¿Contradicción? ¿En el republicanismo diletante que vota y defiende el fraude electoral? En el que transgrede la ley y se dice su protector: la incongruencia manifiesta cuyo testimonio en vez de atraer vuelve lejanas la esperanza y la fe. Mucho por hacer.
¿Quién les reclama? No es que engañen, ellos lo creen. Pero dicen que no hay que ofender el poder, es que no sería propio del espíritu cristiano recomendado.
¿Por qué? ¿Asunto de la caridad que debemos? La comprensión vuelve asunto de prudencia la aceptación de los demás como son.
¿De los gobernantes también? ¿De los que manejan los bienes comunes? El tiempo pascual y la época electoral enfrente se nos plantean como una sola oportunidad invaluable de ser cristianos y ciudadanos congruentes.
Ser testimonios de fe y de ciudadanía que se revele en rebeldía creciente a la ilegalidad del poder y a la injusticia. Es la consistencia entre cristianismo y ciudadanía que se añora. A empezar entonces.