Primero por las abuelas, luego por mi padre y madre. Así me convertí en legatario de la ancestral tradición refranera de la familia. “Miguel, vos usás bastantes refranes y adagios cuando hablás, ¿ya te habías dado cuenta?”, me dijo alguien. La verdad, no me había percatado de su reiteración. Permanece a flor de piel y emergen solos, prestos cuando se da la oportunidad y necesidad, como quizás el lector haya notado en entregas anteriores de esta columna.
Como era de esperarse en casa de un profesor, editor y traductor, teníamos un refranero español, al cual acudíamos cuando nos encargaban tareas en la escuela y el colegio. No era extraño que cumpliéramos a cabalidad las instrucciones de las maestras, quienes en no pocas ocasiones se sorprendieron de los ejemplos que traíamos, por poco comunes y “originales”. Además de “vademécum”, el libro -de lectura cotidiana en el hogar- nos permitía entretenernos en familia, con ingeniosos juegos como aquel de retar a los demás a terminar el refrán iniciado, o el de intercambiar la primera y última parte de las frases, para hacer combinaciones hilarantes.
“Al mal tiempo, buena cara” suelo decirles a quienes se acercan en estos días a pedir opinión sobre política o economía nacional. Muchos de ellos recuerdan bien conversaciones anteriores conmigo, cuando acudían demandando consejo y pronósticos (“Por la víspera se conoce la fiesta (del Santo)” o “Gallina que come huevo...”), y hoy solo les hago rememorar que “el que por su gusto muere...”. Cariacontecidos, se van con el rabo entre las canillas, conscientes que “no por madrugar (a votar), amanece más temprano” y que “cuando el río suena, piedras trae”.
Recientemente, sorprendidos por declaraciones poco ortodoxas de altos mandos militares, es oportuno advertir a propios y extraños que “quien con lobos anda, a aullar aprende”, mientras (“nobleza obliga”) no está de más decirle a los amigos uniformados “zapatero a tus zapatos”. “Quien no oye consejo, no llega a viejo” decían quienes plateaban sienes, precisamente porque “nadie aprende en cuero ajeno”, aunque a los que ahora se van de boca cabría hacerles la admonición que “quien siembra vientos, cosecha tempestades” (como aquellas “tormentas del desierto”).
Sobre los políticos, mucho puede decirse. “Las uvas están verdes” farfullaban los que antes gritaban “¡agua va!” en furibunda insurrección legislativa y callejera (acá se nos coló una cara fábula). Hoy, solo ha quedado claro que “si la envidia fuera tiña ¡cuántos tiñosos habría!”, ejemplo vivo de que “la cabra siempre tira al monte” y por “más que la mona se vista de seda...”. En el bando contrario, baste decir a “los lobos con piel de oveja” un “dime de qué presumes y te diré lo que careces”, pues “calladitos se ven más bonitos” (y ya se les había dicho).
Seamos, de todas maneras, optimistas. “No hay mal que por bien no venga” y “al que quiere celeste, que le cueste”. No se conforme pues con orar, pues esto se resolverá como siempre “A dios rezando y con el mazo dando”. Más claro, no canta un gallo.