Taiwán nació como país en 1945, cuando las fuerzas nacionalistas del Kuomintang (KMT), que entonces gobernaba en China, se hicieron con el control de la isla y pusieron fin a cincuenta años de dominación japonesa. Cuatro años más tarde, en 1949, los nacionalistas fueron derrotados por los comunistas de Mao Tse Tung en la guerra civil china. El Partido Comunista Chino se hizo con todo el poder en Pekín, mientras que los nacionalistas del KMT huían en masa hacia Taiwán.
El Gobierno de la República China huyó a Taiwán junto con otros dos millones de personas, muchos de ellos funcionarios y militares que servían en la administración, llevándose consigo muchos tesoros nacionales y gran parte de las reservas de oro y de divisas de China. Desde ese momento, Taiwán ha estado expuesta a una inminente invasión por parte de la China comunista -la República Popular de China oficialmente- y tan solo la guerra de Corea, en junio de 1950, evitó su ocupación militar.
Entre 1950 y 1975, el país fue gobernado con mano de hierro por el sempiterno líder de los nacionalistas, Chiang Kai-shek, quien era, a su vez, el jefe máximo del partido desde 1925 hasta su muerte. El régimen reprimía duramente toda forma de disidencias y muchos ciudadanos taiwaneses fueron arrestados, torturados, encarcelados y ejecutados por su vínculo real o percibido con los comunistas.
Esta política de mano dura contra la oposición y los disidentes del régimen, generalmente procedentes de la elite cultural y política de la isla, no fue óbice para que las relaciones con los Estados Unidos se fortalecieran en aquellos años y que incluso en plena guerra fría el presidente estadounidense Dwight Eisenhower visitara la isla en 1960. Las señales de alerta para la diplomacia taiwanesa, sin embargo, saltaron cuando el presidente norteamericano Richard Nixon, animado por su consejero Henry Kissinger, visitó China en 1972 e inició una suerte de alianza estratégica con la potencia comunista, que en aquellos años también rivalizaba con la Unión Soviética en la escena internacional.
El régimen político nacionalista, tras la muerte de Chiang Kai-shek en 1975, se mantuvo en el poder hasta 1987, en que comenzó la lenta transición a la democracia en Taiwán y se registraron nuevos partidos políticos que competían abiertamente con los nacionalistas en igualdad de condiciones.
En lo que respecta a las relaciones con los Estados Unidos, en 1979, bajo el mandato de Jimmy Carter, Washington dio por cerradas sus relaciones diplomáticas con Taipei y reconoció oficialmente a la China comunista, siguiendo la estela de sus dos antecesores en la presidencia norteamericana, Nixon y Ford, que habían iniciado la “normalización” de las relaciones políticas y diplomáticas con Pekín. Tras ese reconocimiento norteamericano, numerosos países hicieron lo mismo y rompieron relaciones con Taiwán; hoy solamente quince países reconocen a Taipei como un Estado propiamente dicho.
En el año 2016, las elecciones presidenciales fueron ganadas por la candidata del Partido Democrático Progresista, Tsai Ing-wen, una independentista con agallas que siempre ha defendido la soberanía y la seguridad nacional de Taiwán al margen de cómo se desarrollen las relaciones con la China continental, algo que incomodo a Pekín desde el comienzo de su mandato y que sigue siendo, al día, motivo de fricciones entre ambas partes. La nueva presidenta defendía y sigue defendiendo, sin ambages de dudas, una identidad taiwanesa diferenciada y sin complejos de la china. Algo que, por cierto, coincide con lo que piensan el 80% de los jóvenes menores de 30 años en la isla y que se consideran simplemente “taiwaneses”, desdeñando abiertamente el sueño de la unidad china.
LA IMPORTANCIA GEOESTRATÉGICA DE TAIWÁN
“De atender a la escalada verbal e incluso militar entre Washington y Pekín, Taiwán, de superficie algo mayor que Cataluña y 23 millones de habitantes, es la llave maestra de la hegemonía asiática e incluso global. No es una novedad, puesto que observadores de primer nivel vienen señalándolo desde hace años. Paul Wolfowitz, que formó parte de los equipos de George Bush, adjudicó a la isla un papel similar al del Berlín dividido durante la Guerra Fría. Robert Kaplan, el redescubridor de geopolítica, aseguraba hace más de siete años que “si la independencia de facto de Taiwán se viera comprometida, aliados como Japón y Australia, incluyendo todos los países ribereños del Mar de China Meridional, reformularían sus preferencias de seguridad y se acomodarían perfectamente al ascenso de China”, aseguraba con mucho tino el analista Lluis Bassets.
China siempre ha considerado que la anexión de Taiwán, con Macao y Hong Kong ya en sus manos, es el final del ciclo colonial que comenzó en el siglo XIX con las intervenciones occidentales y que debe concluir utilizando todos los medios a su alcance, incluidos los militares. Es una política, como señala la analista Eva Borreguero, del diario español El País, “en la que, por encima de aperturas coyunturales y declaraciones tranquilizadoras sobre sobre relaciones pacíficas, se impone en última instancia, la coerción. Una política consistente con el fin de recuperar aquellos territorios que en el pasado formaron parte del imperio, con Taiwán como joya de la corona que Xi Jinping aspira portar. El ministro de Defensa taiwanés ha informado de que en cuatro años China estará en condiciones de invadir la isla. Y The New York Times, con datos del Pentágono, informaba de una victoria para Pekín si Estados Unidos interviniese en Taiwán. El tiempo apremia”.
Como señalaba el experto en el tema Tanguy Lepesant, “De hecho a ojos de Estados Unidos, Taiwán siempre ha sido un peón cuyo valor estratégico relativo forma parte de los cálculos de la realpolitik regional, un valor que en los últimos años cotiza al alza. Después de haber sido una pieza importante de la política de contención al comunismo en la Guerra Fría, la isla se convirtió en el modelo de sociedad democrática y capitalista que Washington podría inculcar en China mediante una política de compromiso”.
CAMBIO DE RUMBO EN LA POLÍTICA EXTERIOR NORTEAMERICANA
Lo que no cabe duda es que los Estados Unidos han decidido competir en esta parte del mundo con China, un cambio en la política exterior que ya empezó en la época de Donald Trump y que Joe Biden consolida con los últimos movimientos. Fruto de este cambio, mucho más activo y protagónico en Asia, han sido las alianzas del Quad, entre los Estados Unidos, Japón, la India y Australia, y las más reciente, que irritó a Francia y también a Europa, el famoso Aukus, con Australia y el Reino, un ambicioso proyecto que dotará de submarinos de propulsión nuclear a la armada australiana, en un claro desafío al gigante chino.
En este contexto, Taiwán adquirió un valor nuevo en términos geoestratégicos para Washington. “Las relaciones taiwano-estadounidenses han ido adquiriendo un cariz cada vez más oficial, especialmente desde la presidencia de Donald Trump. Esta evolución ha avivado las tensiones ya existentes entre las dos orillas del estrecho de Formosa desde las elección, en 2016, de la presidenta Tsai Ing-Wen. El 10 de enero de enero de 2021, a pocos días de la toma de posesión de Joe Biden, el secretario de Estado Michael Pompeo llegó incluso a anunciar que “las complejas restricciones internas que se pusieron en marcha en un intento de apaciguar a Pekín debían desaparecer”. Pompeo eliminó todas las restricciones vigentes referentes a los contactos entre funcionarios estadounidenses y taiwaneses”, explicaba en un reciente artículo la periodista Alice Herait.
Taiwán y Estados Unidos no están ligados por ningún acuerdo de defensa, pero la Taiwan Relations Act, firmada en 1979, compromete a los Estados Unidos a garantizar a la isla la posibilidad de defenderse y los medios necesarios para hacerlo. El principal proveedor de armas a Taiwán, por no decir casi el único si exceptuamos algunas ventas por parte de Francia, es Estados Unidos, que ha hecho jugosos negocios con la isla y la dota de numerosos medios modernos y avanzados. Asimismo, el Estado Mayor de la Armada taiwanesa ha reconocido la presencia de un contingente no cuantificado de marines norteamericanos en activo en la isla y que los mismos estarían estacionados en la base naval de Zuoying.
MILITARIZACIÓN CRECIENTE, AMENAZA PERMANENTE
Este cambio en la concepción geoestratégica de los Estados Unidos con respecto a Asia, pese al serio revés que para su imagen y prestigio ha significado la caótica retirada de Afganistán, ha irritado a China, que ve con preocupación que sus planes con respecto a la anexión de Taiwán puedan verse frustrados por la protección que le brinda Estados Unidos a la que considera, en términos diplomáticos, la “isla rebelde!.
En este contexto, hay que reseñar que los continuos sobrevuelos de aviones combate chinos, incluidos bombarderos con capacidad nuclear, sobre el espacio de defensa aérea taiwanés, sin apenas respuesta por Taiwán que teme verse inmersa en un conflicto, preocupan al ejecutivo de Taipei y también a sus aliados norteamericanos. La cascada de transgresiones e incursiones ha ido en ascenso en los últimos meses y ha sido denunciado por Taiwán en repetidas ocasiones, que exhibe una contención y mesura frente a las provocaciones chinas digna de elogio.
Así las cosas, las señales de alarma ya han comenzado a sonar en la región, tal como aseguraba recientemente la publicación británica The Economist al referirse a esta zona como “el lugar más peligroso de la tierra”, en una portada que iba acompañada de una ilustración que representaba una imagen de radar de Taiwán como si la isla fuera objetivo de un submarino”.
Termino este breve análisis con una reflexión del ya citado Bassets sobre la tensión entre China y Estados Unidos con respecto a esta isla, fruto de una tensión sin parangón en décadas, al que cito literalmente:”Inquietan los movimientos militares cada vez más arriesgados de unos y de otros. También las palabras de dirigentes de ambas orillas, que dan por segura una confrontación militar dentro de la actual década. Si se juega su ambición y su programa Joe Biden, también estará en juego la presencia de Estados Unidos en Asia e incluso la hegemonía en el mundo. Una anexión como la de Crimea por Rusia sería la definitiva inauguración del siglo imperial de la China comunista. Como en el Berlín del bloqueo soviético de 1949 y de la construcción del muro en 1961, sobre Taiwán pende la amenaza de una guerra entre dos superpotencias nucleares”. Por ahora, las espadas están en alto y la crisis no ha hecho que comenzar.
El Gobierno de la República China huyó a Taiwán junto con otros dos millones de personas, muchos de ellos funcionarios y militares que servían en la administración, llevándose consigo muchos tesoros nacionales y gran parte de las reservas de oro y de divisas de China. Desde ese momento, Taiwán ha estado expuesta a una inminente invasión por parte de la China comunista -la República Popular de China oficialmente- y tan solo la guerra de Corea, en junio de 1950, evitó su ocupación militar.
Entre 1950 y 1975, el país fue gobernado con mano de hierro por el sempiterno líder de los nacionalistas, Chiang Kai-shek, quien era, a su vez, el jefe máximo del partido desde 1925 hasta su muerte. El régimen reprimía duramente toda forma de disidencias y muchos ciudadanos taiwaneses fueron arrestados, torturados, encarcelados y ejecutados por su vínculo real o percibido con los comunistas.
Esta política de mano dura contra la oposición y los disidentes del régimen, generalmente procedentes de la elite cultural y política de la isla, no fue óbice para que las relaciones con los Estados Unidos se fortalecieran en aquellos años y que incluso en plena guerra fría el presidente estadounidense Dwight Eisenhower visitara la isla en 1960. Las señales de alerta para la diplomacia taiwanesa, sin embargo, saltaron cuando el presidente norteamericano Richard Nixon, animado por su consejero Henry Kissinger, visitó China en 1972 e inició una suerte de alianza estratégica con la potencia comunista, que en aquellos años también rivalizaba con la Unión Soviética en la escena internacional.
El régimen político nacionalista, tras la muerte de Chiang Kai-shek en 1975, se mantuvo en el poder hasta 1987, en que comenzó la lenta transición a la democracia en Taiwán y se registraron nuevos partidos políticos que competían abiertamente con los nacionalistas en igualdad de condiciones.
En lo que respecta a las relaciones con los Estados Unidos, en 1979, bajo el mandato de Jimmy Carter, Washington dio por cerradas sus relaciones diplomáticas con Taipei y reconoció oficialmente a la China comunista, siguiendo la estela de sus dos antecesores en la presidencia norteamericana, Nixon y Ford, que habían iniciado la “normalización” de las relaciones políticas y diplomáticas con Pekín. Tras ese reconocimiento norteamericano, numerosos países hicieron lo mismo y rompieron relaciones con Taiwán; hoy solamente quince países reconocen a Taipei como un Estado propiamente dicho.
En el año 2016, las elecciones presidenciales fueron ganadas por la candidata del Partido Democrático Progresista, Tsai Ing-wen, una independentista con agallas que siempre ha defendido la soberanía y la seguridad nacional de Taiwán al margen de cómo se desarrollen las relaciones con la China continental, algo que incomodo a Pekín desde el comienzo de su mandato y que sigue siendo, al día, motivo de fricciones entre ambas partes. La nueva presidenta defendía y sigue defendiendo, sin ambages de dudas, una identidad taiwanesa diferenciada y sin complejos de la china. Algo que, por cierto, coincide con lo que piensan el 80% de los jóvenes menores de 30 años en la isla y que se consideran simplemente “taiwaneses”, desdeñando abiertamente el sueño de la unidad china.
LA IMPORTANCIA GEOESTRATÉGICA DE TAIWÁN
“De atender a la escalada verbal e incluso militar entre Washington y Pekín, Taiwán, de superficie algo mayor que Cataluña y 23 millones de habitantes, es la llave maestra de la hegemonía asiática e incluso global. No es una novedad, puesto que observadores de primer nivel vienen señalándolo desde hace años. Paul Wolfowitz, que formó parte de los equipos de George Bush, adjudicó a la isla un papel similar al del Berlín dividido durante la Guerra Fría. Robert Kaplan, el redescubridor de geopolítica, aseguraba hace más de siete años que “si la independencia de facto de Taiwán se viera comprometida, aliados como Japón y Australia, incluyendo todos los países ribereños del Mar de China Meridional, reformularían sus preferencias de seguridad y se acomodarían perfectamente al ascenso de China”, aseguraba con mucho tino el analista Lluis Bassets.
China siempre ha considerado que la anexión de Taiwán, con Macao y Hong Kong ya en sus manos, es el final del ciclo colonial que comenzó en el siglo XIX con las intervenciones occidentales y que debe concluir utilizando todos los medios a su alcance, incluidos los militares. Es una política, como señala la analista Eva Borreguero, del diario español El País, “en la que, por encima de aperturas coyunturales y declaraciones tranquilizadoras sobre sobre relaciones pacíficas, se impone en última instancia, la coerción. Una política consistente con el fin de recuperar aquellos territorios que en el pasado formaron parte del imperio, con Taiwán como joya de la corona que Xi Jinping aspira portar. El ministro de Defensa taiwanés ha informado de que en cuatro años China estará en condiciones de invadir la isla. Y The New York Times, con datos del Pentágono, informaba de una victoria para Pekín si Estados Unidos interviniese en Taiwán. El tiempo apremia”.
Como señalaba el experto en el tema Tanguy Lepesant, “De hecho a ojos de Estados Unidos, Taiwán siempre ha sido un peón cuyo valor estratégico relativo forma parte de los cálculos de la realpolitik regional, un valor que en los últimos años cotiza al alza. Después de haber sido una pieza importante de la política de contención al comunismo en la Guerra Fría, la isla se convirtió en el modelo de sociedad democrática y capitalista que Washington podría inculcar en China mediante una política de compromiso”.
CAMBIO DE RUMBO EN LA POLÍTICA EXTERIOR NORTEAMERICANA
Lo que no cabe duda es que los Estados Unidos han decidido competir en esta parte del mundo con China, un cambio en la política exterior que ya empezó en la época de Donald Trump y que Joe Biden consolida con los últimos movimientos. Fruto de este cambio, mucho más activo y protagónico en Asia, han sido las alianzas del Quad, entre los Estados Unidos, Japón, la India y Australia, y las más reciente, que irritó a Francia y también a Europa, el famoso Aukus, con Australia y el Reino, un ambicioso proyecto que dotará de submarinos de propulsión nuclear a la armada australiana, en un claro desafío al gigante chino.
En este contexto, Taiwán adquirió un valor nuevo en términos geoestratégicos para Washington. “Las relaciones taiwano-estadounidenses han ido adquiriendo un cariz cada vez más oficial, especialmente desde la presidencia de Donald Trump. Esta evolución ha avivado las tensiones ya existentes entre las dos orillas del estrecho de Formosa desde las elección, en 2016, de la presidenta Tsai Ing-Wen. El 10 de enero de enero de 2021, a pocos días de la toma de posesión de Joe Biden, el secretario de Estado Michael Pompeo llegó incluso a anunciar que “las complejas restricciones internas que se pusieron en marcha en un intento de apaciguar a Pekín debían desaparecer”. Pompeo eliminó todas las restricciones vigentes referentes a los contactos entre funcionarios estadounidenses y taiwaneses”, explicaba en un reciente artículo la periodista Alice Herait.
Taiwán y Estados Unidos no están ligados por ningún acuerdo de defensa, pero la Taiwan Relations Act, firmada en 1979, compromete a los Estados Unidos a garantizar a la isla la posibilidad de defenderse y los medios necesarios para hacerlo. El principal proveedor de armas a Taiwán, por no decir casi el único si exceptuamos algunas ventas por parte de Francia, es Estados Unidos, que ha hecho jugosos negocios con la isla y la dota de numerosos medios modernos y avanzados. Asimismo, el Estado Mayor de la Armada taiwanesa ha reconocido la presencia de un contingente no cuantificado de marines norteamericanos en activo en la isla y que los mismos estarían estacionados en la base naval de Zuoying.
MILITARIZACIÓN CRECIENTE, AMENAZA PERMANENTE
Este cambio en la concepción geoestratégica de los Estados Unidos con respecto a Asia, pese al serio revés que para su imagen y prestigio ha significado la caótica retirada de Afganistán, ha irritado a China, que ve con preocupación que sus planes con respecto a la anexión de Taiwán puedan verse frustrados por la protección que le brinda Estados Unidos a la que considera, en términos diplomáticos, la “isla rebelde!.
En este contexto, hay que reseñar que los continuos sobrevuelos de aviones combate chinos, incluidos bombarderos con capacidad nuclear, sobre el espacio de defensa aérea taiwanés, sin apenas respuesta por Taiwán que teme verse inmersa en un conflicto, preocupan al ejecutivo de Taipei y también a sus aliados norteamericanos. La cascada de transgresiones e incursiones ha ido en ascenso en los últimos meses y ha sido denunciado por Taiwán en repetidas ocasiones, que exhibe una contención y mesura frente a las provocaciones chinas digna de elogio.
Así las cosas, las señales de alarma ya han comenzado a sonar en la región, tal como aseguraba recientemente la publicación británica The Economist al referirse a esta zona como “el lugar más peligroso de la tierra”, en una portada que iba acompañada de una ilustración que representaba una imagen de radar de Taiwán como si la isla fuera objetivo de un submarino”.
Termino este breve análisis con una reflexión del ya citado Bassets sobre la tensión entre China y Estados Unidos con respecto a esta isla, fruto de una tensión sin parangón en décadas, al que cito literalmente:”Inquietan los movimientos militares cada vez más arriesgados de unos y de otros. También las palabras de dirigentes de ambas orillas, que dan por segura una confrontación militar dentro de la actual década. Si se juega su ambición y su programa Joe Biden, también estará en juego la presencia de Estados Unidos en Asia e incluso la hegemonía en el mundo. Una anexión como la de Crimea por Rusia sería la definitiva inauguración del siglo imperial de la China comunista. Como en el Berlín del bloqueo soviético de 1949 y de la construcción del muro en 1961, sobre Taiwán pende la amenaza de una guerra entre dos superpotencias nucleares”. Por ahora, las espadas están en alto y la crisis no ha hecho que comenzar.