A mediados del año 2012 se cumplía el tercer aniversario del gobierno del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Mauricio Funes estaba llamado a ser el “presidente centroamericano del siglo”. Cuando por fin, la exguerrilla se convirtió en partido político luego de los acuerdos de paz de 1992 y, después de ir ganando espacios político-electorales, por fin se alcanzaba a colocar su primer presidente de la República salvadoreña en 2009. Los analistas catalogaron a Funes como un experimentado y valiente periodista, alguien distinto, como que venía de “otra parte” destinado a hacer bella historia.
Hace más de medio siglo, llegó al poder por la vía electoral el primer presidente de izquierda en América Latina. El gobierno de la Unidad Popular, encabezado por el socialista, médico anatomopatólogo, Salvador Allende. Fue derrocado, falleciendo en sangriento golpe militar a escaso mes y medio de cumplir su tercer año de gobierno en 1973. El usurpador general Pinochet, apoyado por fuerzas foráneas, anunció que solo venía para salvar la democracia y convocar pronto a nuevas elecciones. Solo se quedó 17 años en el Palacio de la Moneda y expiró siendo perseguido por la justicia nacional y mundial. La izquierda y aliados resurgieron.
A pesar del desgaste del FMLN como gobierno, la burocratización de sus cuadros políticos, el involucramiento en escándalos de corrupción, el bloqueo de la derecha en el Poder Judicial y la desconexión partidista con el aliado presidente Funes, los movimientos sociales y gran parte de la población dieron todavía el “beneficio de la duda” e hicieron triunfar con escasa ventaja para alcanzar una nueva victoria electoral en 2014. Lastimosamente, la gestión del último comandante guerrillero como presidente no logró conectar con las aspiraciones populares y las divisiones y ambiciones dentro del Partido se juntaron con el deterioro de la imagen llevándolo a la derrota frente al disidente Bukele, que aprovechó la debilidad de los extremos ideológicos. Electoralmente se sufrió vergonzosa derrota a diferencia del frente militar.
Entre tantas cuestiones ofrecidas en el plan de gobierno de Xiomara Castro, por entonces candidata a presidenta, podemos citar únicamente un fragmento sobre las prioridades del gasto público: “El gasto público estará encaminado a apoyar el crecimiento económico y beneficiar con servicios y empleo a los sectores más desposeídos. Las prioridades serán: a. Reconstruir los sistemas de salud y educación; b. Aumentar lo más rápidamente posible la cobertura de la seguridad social, incrementándola año con año, con miras a la eventual cobertura universal. Un ingreso único universal para la población en vulnerabilidad y pobreza igual para los de tercera edad. c. Reorientar los programas asistenciales a fin de que verdaderamente lleguen a las familias de menores ingresos, sin otra condición y en forma transparente.
El financiamiento para estas actividades lo obtendremos de la reducción de altos salarios en la administración pública” (pág. 35 párrafo 5). Que por favor, se haga honor al nombre del actual partido en el poder y que el elector tenga la libertad de emitir su apreciación sobre si se cumplió o no con lo propuesto en la oferta electoral por la que se inclinaron centenares de miles de votantes en noviembre de 2021. También, que no se pierda la esperanza y sobre todo la beligerancia para exigir que, independientemente de la esencia o el barniz ideológico, los que estén en el poder usen los recursos públicos para cumplir con lo que la población necesita, sin pretextos ni amenazas.