El Día Internacional de la Lucha contra la Corrupción, celebrado cada 9 de diciembre, es una fecha crucial para repensar sobre uno de los males más perjudiciales y persistentes que aquejan a Honduras y al resto de las sociedades en el mundo: la corrupción. Proclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2003, este día no solo es un llamado a la acción, sino también una oportunidad para evaluar críticamente los esfuerzos globales en la lucha contra la corrupción y sus resultados.
Esta calamidad, definida como el abuso de poder para beneficio privado, tiene efectos devastadores. Mas allá de erosionar las instituciones públicas, corroe el desarrollo económico, perpetúa la pobreza y la desigualdad, y debilita el Estado de derecho -como en este país-, donde la corrupción está tan arraigada que se ha convertido en un obstáculo casi insuperable para la implementación de políticas públicas efectivas y justas.
El Día Internacional de la Lucha contra la Corrupción es una oportunidad para visibilizar estos problemas y para que gobiernos, organizaciones y ciudadanos renueven su compromiso con la transparencia y la rendición de cuentas. Sin embargo, la efectividad de este día depende en gran medida de la claridad y la determinación con la que se aborden los problemas. En muchos países, los actos conmemorativos pueden reducirse a simples formalidades, sin un seguimiento real que conduzca a cambios sustanciales.
Para que la lucha contra la corrupción sea efectiva, es necesario implementar una serie de medidas concretas. En primer lugar, resulta crucial fortalecer las instituciones encargadas de prevenir y combatir la corrupción, dotándolas de los recursos y la independencia necesaria. La transparencia en la gestión pública es otra pieza fundamental, que incluye la divulgación abierta y accesible de información sobre los presupuestos, contratos y decisiones gubernamentales.
La participación de la sociedad civil y los medios de comunicación también es esencial. Los ciudadanos deben sentirse empoderados para denunciar los actos de corrupción sin temor a represalias, y los periodistas deben poder investigar y reportar sobre estos casos de manera independiente y segura, sin ser lapidados públicamente con amenazas judiciales. Asimismo, la cooperación internacional es vital para abordar esta epidemia de corrupción y su impunidad que ya tiene un carácter transnacional.
En un resumen trágico en nuestra Honduras, este Día Internacional de la Lucha contra la Corrupción es una fecha oscura, lúgubre, pero trascendental que nos obliga a recordar la urgente necesidad de combatir esta plaga con acciones concretas y sostenidas para tener un impacto real. Solo a través de la transparencia, la rendición de cuentas y enjuiciar a los responsables con pruebas y en derecho, no con sombrerazos colorados, para asustar y dar espacio de negociar políticamente las ganancias del saqueo, en tiempos electorales y de promesas de candorosa conciencia.
Con una justicia que debería ser un pilar inquebrantable de la democracia, garantizando la equidad y la rendición de cuentas y no una herramienta para mercantilizar la corrupción política de sus jefes que la manipulan para proteger a los privilegiados del poder y castigar a los opositores. Los casos judiciales se han convertido en moneda de cambio, donde las acusaciones y los veredictos se negocian en función del circo y sus banderas.
No podemos continuar con un sistema judicial en el que se reparten los jueces y fiscales. Los corruptos y sus corruptores se aseguran de que sus aliados ocupen posiciones claves en el vergonzoso tablero de ajedrez de impunidad y poder, en el que se juegan el Estado en nombre de la democracia, que yace inerte y vacía, como el país lúgubre de hoy.