Columnistas

Un nuevo aniversario centralista

El Instituto Central Vicente Cáceres llega a sus 146 años de fundación. El 13 de agosto de 1878 fue inaugurado el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza, como parte de las acciones progresistas en educación del gobierno de la reforma liberal encabezado por Marco Aurelio Soto y su ministro general, Ramón Rosa. Ambos de la élite que en aquellos tiempos lograron graduarse en la Universidad San Carlos de Guatemala. Sin que sirva de pretexto para el despreciable e infecundo nepotismo contemporáneo, Soto y Rosa, eran talentosos primos que habían construido sus propias carreras de profesionales audaces en el gobierno reformista de Justo Rufino Barrios en Guatemala.

El presidente Barrios, conocido como “el reformador” tuvo el sueño de reunificar definitivamente a las repúblicas centroamericanas y, precisamente en esa búsqueda, murió en abril de 1885 en combate en Chalchuapa departamento de Santa Ana, El Salvador. Similar a Morazán, falleció próximo a cumplir 50 años de edad. En ese contexto regional nació en Tegucigalpa el Instituto Nacional, fundación que evolucionaría con el tiempo hasta convertirse en el Instituto Central Vicente Cáceres. El Central transitó por una serie de cambios de orientación al ritmo del acontecer nacional caracterizado por el vaivén de regímenes autodeclarados liberales a facciones conservadoras.

Pasó de denominarse Instituto Nacional hasta Escuela Normal Central de Varones. Contaba con anexos de formación comercial. En algunas etapas extendía simultáneamente títulos de Maestros y Bachilleres en Filosofía. Cuando nos referimos a cambios de orientación en la evolución del Instituto Central, hablamos de los objetivos para extender la educación a todos los individuos para que pudieran observar los fenómenos de manera similar. Ese era uno de los propósitos de la Reforma: unificar a todos los hondureños a través de un sistema educativo que tuviese como base el método positivista, para encauzar el progreso pero con orden. Es decir, la educación y el progreso como elementos del positivismo al estilo de los planteamientos de Augusto Comte y otros pensadores, transformando el orden social y político para alcanzar el auge de la ciencia revolucionaria desde el gobierno.

Como ha ocurrido con otras instituciones en Honduras, los primeros directores del Central fueron buscados entre profesionales extranjeros, entre ellos tres españoles, dos cubanos, un chileno, cuatro guatemaltecos y un costarricense. Insuficiente el espacio para destacar a tantos directores hondureños que aportaron al crecimiento del principal centro de enseñanza media. El propio Vicente (Hernández) Cáceres plasmó su visión pedagógica por encima de sus simpatías por el dictador Carías. En esa gloriosa lista de líderes pedagógicos y administradores tenaces figuran, entre otros, Pedro Nufio, Abelardo Fortín, Saúl Zelaya, Carlos Antonio Aguilar Barahona, Manuel de J. Bueso, Juan R. Miralda y Marcelino Barahona. La voz poderosa y el pensamiento engrandecedor del profesor Antonio Osorio Orellana y la lucha difícil que siempre libró Roberto Ordóñez. Digno es destacar la cercanía personal y laboral que tuve con el profesor David Corea, también con el maestro Mario Alexis Estrada con quien compartí en su labor como bibliotecario en uno de mis lugares favoritos de las amplias instalaciones del instituto en Tiloarque, logradas inevitablemente por las luchas estudiantiles en las calles.

Pecado, sería desconocer las reivindicaciones en otras regiones del país, ante la indiferencia de gobernantes y autoridades frente a las necesidades educativas. Vigentes y justas exigencias de los estudiantes y padres de familia.

Orgulloso de formar parte de la promoción de Peritos Mercantiles de 1980 y, de cientos de miles de egresados centralistas. Gracias, maestros.