Los últimos acontecimientos de violencia que se han perpetrado en Honduras de manera selectiva o colectiva nos llevan a pensar que nuestra sociedad acepta como normal que en promedio tengamos ocho homicidios por día. A pesar que sabemos que los preceptos morales socialmente establecidos consideran anormal un acto como los que ocurren en Honduras, ya casi nadie se inmuta al ver escenarios de muerte y violencia día con día. Los indicadores son claros, y nos ubican en posiciones nada decorosas a nivel internacional.
El Índice de Paz Global (Global Peace Index), por ejemplo, es un indicador que mide el nivel de paz y la ausencia de violencia de un país o región y nos ubica en la posición 117. Somos conscientes que tenemos un problema estructural, ya que el tejido social colapsó y no por culpa de este gobierno. Este es un problema que lo venimos arrastrando desde varias décadas y pareciera que seguiremos en la mismas hasta el punto de ir perdiendo gradualmente la sensibilidad a los actos de violencia.
La violencia, especialmente urbana, está en el centro de la vida cotidiana y ocupa los titulares de los principales periódicos, radios y televisión de manera recurrente; lo que obliga a las familias a tomar medidas de protección, ya sea a través de la construcción de muros en la casa, colocar serpentinas e invertir en sistemas de cámaras de seguridad que son algunos de los hábitos más comunes que los hondureños adoptan ante una normalización de la violencia, que afecta a la convivencia social y, a la vez, el desarrollo del país.
La violencia es fenómeno heterogéneo generalizado, pues no existe en realidad ningún rincón de Honduras que pueda asegurar que esté libre de violencia. Es necesario entonces tomar decisiones al más alto nivel, no solo a través de medidas reactivas, sino a través de medidas preventivas.
Los últimos acontecimientos de violencia en Honduras han llevado a los obispos católicos a pronunciarse y expresan “su preocupación por la poca respuesta que se ha tenido por parte de las autoridades en torno a los actos de violencia a nivel nacional”, hacen un llamado a las autoridades a “reconsiderar y, si es necesario, cambiar las estrategias de seguridad en el país, porque una cosa es clara: NO están dando los resultados esperados”. Seguro estamos que no se están dando los resultados esperados, porque el tema es complejo y no se va a resolver en poco tiempo, ya que vivimos en una sociedad colapsada que atraviesa una profunda crisis ética y moral, porque se ha olvidado la práctica de los valores humanos.
En la medida que avanzamos de generación en generación vemos cómo los valores han perdido valor dentro de la sociedad; aunque somos seres dotados de inteligencia, no estamos preocupados por el futuro. Estamos llenos de conductas de odio, violencia, egoísmo e indiferencia ante el prójimo.
La razón de este comportamiento quizás sea responsabilidad de nosotros mismos, ya que poco a poco hemos perdido el valor humano, convirtiéndonos en máquinas presas del estrés y la tecnología, donde damos valor a temas tan superfluos como la superioridad, la vanidad y la moda, lo que los lleva a perder el sentido de cooperación con nuestros semejantes. ¿Ante estos escenarios será que todavía estamos a tiempo de enrumbar el barco a puerto seguro? ¿O estamos condenados a seguir en las mismas?