En el triunfo hay que ser magnánimo, en la derrota, digno. La literatura está poblada de infinidad de historias con esta máxima, pero, está claro que de esto no se han enterado muchos personajillos de nuestra fauna política que participaron en las primarias del domingo, que en vez de celebrar los resultados se arrastran en el lodazal del odio, el desprecio y la venganza.
En ningún país las elecciones son totalmente claras e incólumes. Claro, aquí se pasaron de la raya retrasando las maletas electorales, extraviándolas y obligando a muchos hondureños desencantados y abatidos a votar cerca de la medianoche; sin embargo, estas irregularidades no aplazaron los comicios ni incidieron significativamente en los resultados.
Un sector oscuro y oscurantista propició este descalabro del proceso electoral, ahí están los únicos favorecidos con entorpecer las elecciones, causando desasosiego en la población y con unas ganas irreprimibles de derrumbar a las actuales autoridades de gobierno y militares, para poner a los mismos de antes que les hacían los negocios y los mandados.
No les funcionó el sabotaje, pero ya estamos avisados para la elecciones generales de noviembre, pues la mente perversa nunca descansa. El complot sólo logró retener o extraviar el 1.4 % del material electoral, es decir, más del 98 % de las maletas electorales llegaron a tiempo básicamente a cada lugar y la mayoría votamos sin sobresaltos.
Tampoco les resultó a varios precandidatos que en su presupuesto de votos incluían la suma fraudulenta en las mesas, porque el sistema biométrico y el envío digital de la actas a través del TREP les quitaron la tramposa aspiración. Por eso se oponían al recurso tecnológico. No fue perfecto, claro, los reclamos por la alteración de actas y conteo de votos será entretenimiento de los próximos días.
Con lo que hemos visto, los próximos meses serán fatigosos y despiadados para los hondureños, ya fastidiados por años de empobrecimiento y confrontación irreconciliable, porque arreciará una campaña de odio y venganza de parte de candidatos -presidenciales, a diputados o alcaldes- confundidos entre la arrogancia y la codiciosa desesperación por llegar al poder.
Desde ya, los discursos de estos veleidosos candidatos se inflaman con insultantes ataques personales, descalificaciones y acusaciones sin pruebas contra sus adversarios, en una demostración sistemática de su bajeza humana y atizando la polarización del pueblo hondureño; desafortunadamente, algunos caen en sus embustes.
El ambiente envenenado por el odio y la campaña centrada en el desvarío o el capricho de los candidatos hará que algunos votantes se inclinen por el pleito y no por propuestas. Ojalá que la gente sepa distinguir a los que sólo buscan el beneficio personal del dinero, el poder o saciar el irrefrenable egocentrismo y uno que otro megalómano.