Contaba la abuela María Luisa que todas sus pertenencias más queridas (fotos, diplomas, objetos personales), menos la existencia, las había perdido en la llena de los años treinta del siglo pasado.
Mi buen amigo y mentor Jonathan Roussel, junto con su familia, vivieron una experiencia similar en 1998, con el Mitch y sus consecuencias, aunque ya en 1974 habían enfrentado un susto parecido.
Cada vez que el río crece lo suficiente para ser temible, Agustín M. y los suyos se las ingeniaban para mantener las pérdidas de la librería familiar al mínimo, evitando que el agua que reclamaba su cauce escribiera las últimas líneas del inventario. Río abajo, en los mercados, desde siempre se viven penurias todos los años protegiendo precarias inversiones y patrimonios.
Las crecidas del río Grande o Choluteca -y sus afluentes- así como las de otros ríos del país han marcado la vida de infinidad de personas desde hace muchas décadas.
Algunas sobreviven para contarlo, otras no. Hay quienes perecen intentando rescatar mercadería o el menaje del hogar o, simplemente, arrastrados por la corriente embravecida de una quebrada, después que la estructura de una casa que se intentaba evacuar ceda ante la fuerza de los elementos.
Todos los hechos mencionados tienen como protagonistas al mismo río y usualmente no destacan en los anales de la historia de la ciudad, a diferencia de los fenómenos climáticos que los provocaron.
Aficionado a coleccionar fotos antiguas, tengo en mi poder varias que atestiguan algunas de las antiguas crecidas del río Grande o Choluteca. Una de las más impresionantes, sin duda, fue la de 1906, que destruyó dos arcos del viejo puente Mallol.
Símbolo de las ciudades de Tegucigalpa y Comayagüela, al igual que de su permanente esfuerzo por enfrentar los retos que le impone el río que las divide, el Mallol ha superado distintas pruebas que le ha impuesto el indolente río cuyo cruce facilita.
En aquella oportunidad, la inundación fue tal que hizo desistir a las autoridades del país en su voluntad de construir en la esquina del predio La Isla (lugar de confluencia del río ya mencionado con su “hermano menor”, el río Chiquito) el que se llamaría Teatro Cervantes, conmemorativo de los tres siglos de su obra cumbre “El Quijote de la Mancha”.
Los cimientos de la construcción se inundaron y mostraron su vulnerabilidad en los meses invernales por lo que aplicando el dicho de “a buen entendedor pocas palabas”. Su principal promotor, el presidente Manuel Bonilla tomó la determinación de hacer el teatro en otro lugar. No hicieron lo mismo quienes construyeron el Centro Comercial La Isla.
Mi abuela se fue a vivir a la cuarta avenida de Comayagüela, lejos del río. Don Jonathan a la parte alta de Tegucigalpa. La librería de Agustín cerró el local y ahora está en el centro de la ciudad.
Quienes perecieron no tendrán una segunda oportunidad. Y, a pesar de todo, no se aprende la lección y henos aquí rogando porque otra tormenta no nos regale nuevas fotos y episodios para los libros de historia.