La cultura moderna es “light”. Se caracteriza por ser relativista, hedonista y ambivalente. Es relativista porque la mayoría de doctrinas que predominan en la actualidad, sostienen que el conocimiento humano es incapaz de alcanzar verdades absolutas y universalmente válidas.
Es hedonista dado que en su mayoría está orientada a la búsqueda del placer y la supresión del dolor como objetivo o razón de ser de la vida.
Finalmente es ambivalente, ya que a pesar de la existencia de muchos valores y planteamientos negativos y pesimistas, también contiene un buen núcleo de ideas positivas y optimistas.
Los antecedentes filosóficos más cercanos de la cultura “light”, cuyo olor fétido a veces respiramos, pueden atribuirse al racionalismo, el existencialismo, el nihilismo y el empirismo. En el campo político social, sus orígenes podemos encontrarlos en el romanticismo, el marxismo, el nacional socialismo, el nazismo, el freudismo y en cierto tipo radical de feminismo y ecologismo.
Toda esa abigarrada gama de antecedentes filosóficos y político sociales tienen en común una crisis de la verdad y de la fe, la cual a su vez se conecta con la pérdida de una imagen del mundo unitaria y global segura, atribuible a la sustitución de un centro inmutable y trascendente, por otros centros meramente humanos que se absolutizan.
La cultura de la ilustración y el romanticismo alemán (Goethe) prevaleciente en el siglo XVIII, son posiblemente los principales responsables de absolutizar un elemento relativo de la realidad, centrándola en elementos parciales como la razón, el sentimiento, la libertad, la comunidad étnica o cultural, la economía y la ciencia.
Es comprensible que ninguno de los elementos antes referidos pueda por sí solo dar una explicación satisfactoria o completa del mundo y de la historia.
El problema de absolutizar un solo elemento de la realidad, la economía por ejemplo, consiste en que desde esa visión parcial se trata de explicar todo el resto de lo existente: la persona, la sociedad, el estado, el arte, la religión, etc., tal como ocurrió por ejemplo con los planteamientos de Carlos Marx y Federico Engels, mediante lo que en su tiempo se designó como socialismo científico y filosofía materialista.
La pretensión de totalidad del marxismo fue tan completa que ni la ética ni la filosofía ni la historia quedaron libres de la contaminación de ese virus unidimensional. Fueron encarceladas en la ética de clases y el materialismo dialéctico e histórico.
Dado que los antecedentes de nuestra cultura “light” son tan variados y complejos, nos ocuparemos únicamente del nihilismo. El nihilismo es una doctrina filosófica que basándose en la inexistencia de algo permanente, sostiene la imposibilidad de cualquier conocimiento. En esencia, es la negación de toda creencia y de todo principio religioso, político o social.
El término “nihilista” fue utilizado inicialmente por el ruso Ivan Turgenev en su novela Padres e hijos: “Nihilista es la persona que no se inclina ante ninguna autoridad, que no acepta ningún principio como artículo de fe”.
Nietzsche estructuró la conceptualización del término aludido, pero el mismo ya existía como corriente en la antigua Grecia representado por la escuela cínica y en el escepticismo.
El nihilismo según Nietzsche, es la devaluación de todos los valores. En este sentido, la herencia intelectual de Nietzsche ha sido doblemente trágica: los regímenes totalitarios basados en el poder y el voluntarismo (nazismo, fascismo y estalinismo); y, el legado de un pensamiento enfermizo caracterizado por el relativismo moral y el subjetivismo escéptico, mediante los cuales se rechaza cualquier pretendido valor o presunta verdad.
Una de las referencias más lejanas del nihilismo se encuentra en el filósofo sofista Gorgias quien afirmaba: “Nada existe, si algo existe no es cognoscible por el hombre; si fuese cognoscible, no sería comunicable”.
A su vez, una de las referencias más cercanas la podemos encontrar en Jean-Paul Sartre, quien extrae de su nihilismo consecuencias antropológicas definidas por él mismo como humanistas, pero que en realidad son la negación de la dignidad humana: el ser es demasiado, el hombre es una pasión inútil, el infierno son los demás.
Varias escuelas y teorías de la ciencia económica absolutizan el mercado, pero la historia y la realidad nos enseñan que absolutizar lo parcial es un grave error.