Opinión

De nuevo: muerte, luto y destrucción

Ya cerca de dos décadas del Mitch, que en 1998 causó muerte y destrucción y hasta sirvió de excusa para la ineficiencia gubernamental, la vulnerabilidad en Honduras sigue igual o peor que entonces.

Hasta hace muy poco, el gran problema era la sequía, con gran impacto negativo en la agricultura y hasta en la seguridad alimentaria; otra excusa no solo para las ineficiencias, sino también para la politiquería y hasta para extender la mano ante el mundo en busca de apoyo.

Así como las advertencias de los expertos en diversos campos que abundaron durante y después del Mitch se perdieron entre las promesas y discursos de ocasión para que Honduras finalmente fuera considerado un “país pobre altamente endeudado”, las advertencias incluso de los organismos internacionales sobre los efectos del cambio climático también resultaron un “arar en el desierto”.

En la propia capital del país la vulnerabilidad más bien ha aumentado, llegando al extremo de que zonas que ni siquiera sufrieron daños con el Mitch ahora son de alto riesgo. Peor aún. Se autorizan construcciones de clase media en zonas inseguras.

Así, incapaces de disminuir la vulnerabilidad, de escuchar las voces de los expertos, una vez más las lluvias que vinieron a salvar un poco la producción de granos básicos y a llenar los vacíos embalses para que las zonas urbanas dejaran de sufrir la escasez de agua, también se han convertido en fuente de dolor, de luto y de destrucción.

Hasta ayer se sabía de una familia soterrada en Comayagua, una tragedia que dejó seis muertos; derrumbes en importantes tramos carreteros, inundaciones en el norte y en el sur del país: vulnerabilidad extrema.

No hay duda que nuestro país, por su situación geográfica, está en la ruta de los huracanes y también es víctima del calentamiento global producto de los gases de efecto invernadero que producen los países ricos; pero también es una realidad incuestionable que no hacemos todo lo que es posible para disminuir los daños de los fenómenos naturales y para proteger nuestro medio ambiente.

Si las autoridades muy poco hacen para disminuir la vulnerabilidad y siguen respondiendo pobremente para atender a desplazados y damnificados, ya es tiempo que los ciudadanos, quienes viven en zonas de riesgo, hagan lo propio para proteger sus vidas y las de sus familias, al igual que sus bienes. En la prevención está la respuesta.

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