Una combinación de fuerzas políticas, económicas y culturales moldean y afectan nuestras vidas y destinos, tanto en lo personal como en lo colectivo. La tendencia hacia el autoritarismo, la concentración de poderes discrecionales en el Ejecutivo a expensas del Legislativo y Judicial, convertidos en meros apéndices del presidencialismo, la búsqueda y conquista del poder como medio de rápido enriquecimiento individual y familiar, y, simultáneamente para vengar agravios, reales o imaginados, marcan pautas que van en aumento.
La visión dicotómica entre amigos y enemigos, ellos y nosotros, aliados y rivales, divide a la población en bandos antagónicos, incapaces de encontrar áreas de coincidencias y consensos, polarizando a la sociedad en vez de unificarla.
La violencia e inseguridad de las personas y sus bienes genera un clima de zozobra, incertidumbre, ansiedades, adoptando visiones negativas respecto al presente y futuro nacional, renunciando a la solidaridad colectiva para dar paso al individualismo extremo, al “sálvese quien pueda” cuando aún hay tiempo.
Redes sociales utilizadas para atacar, difamar, calumniar, generar informaciones falsas que pretenden desorientar y dividir, con la intención de imponer una única verdad, la oficial, que no debe ser cuestionada so pena de represalias.Se está perdiendo la autovaloración y autoconfianza en nuestras posibilidades de remontar y dejar atrás visiones negativas que nos debilitan hasta alcanzar la pérdida irreversible del sentimiento de identidad nacional, dejando que fuerzas foráneas sean las que dicten las líneas y modelos a ser implementados, convirtiéndonos en meros ejecutores de lo que se decide extrafronteras.
Aún hay oportunidad de revertir tal rumbo, siempre y cuando depongamos el canibalismo y retomemos la senda de la reconciliación y unidad de propósitos. Ello requiere de reencontrarnos con nosotros mismos, como comunidad nacional, definida por el pasado y presente con proyección al futuro.