Pocas veces he visto tanta sevicia y maldad en un solo grupo al margen de la ley como en Los Zetas. Es como sumar las acciones perversas y siniestras de Pablo Escobar, más las prácticas sanguinarias y deshumanizadas de la guerrilla de las FARC y el odio visceral de las autodefensas colombianas.
Decapitan, masacran, fusilan sin piedad y disuelven cuerpos en ácido para desaparecerlos. Creen estar por encima de la ley terrenal y divina. Adoran a la santa muerte, una religión diabólica que se expande en América Latina como un carcinoma, quizás por las carencias sociales y espirituales que agobian a la gente de nuestro continente.
Lo irónico es que Los Zetas es un grupo narcoparamilitar surgido de las mismas entrañas del ejército y la policía de México y países centroamericanos. Los mafiosos contrataron a militares para entrenar a sus sicarios y proteger los intereses de las organizaciones criminales, pero sin darse cuenta, los propios narcos perdieron el control del grupo, que se convirtió en su más fuerte rival.
Ahora Los Zetas lo quieren todo. Para obtenerlo armaron una ofensiva en territorio extranjero y se apoderan de las rutas por donde trasiega la cocaína hacia el consumo.
Con la franqueza que lo caracteriza, el ex general Otto Pérez Molina, presidente de Guatemala, puso el dedo en la llaga: su país es epicentro de una cruenta guerra de los poderosos carteles mexicanos y “están penetrando instituciones del Estado”. Lo que le faltó decir es que narcos colombianos también hacen parte de la lucha por el poder.
Los Zetas se enfrentan a todos, incluso a bandas de sicarios de los carteles guatemaltecos y a las de Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, que probablemente se esconde en ese país.
Los Zetas no tienen corazón ni moral ni honor. Aprovechando la miseria y el abandono estatal, se adueñaron del norteño departamento de Petén y una franja de Quiché y Huehuetenango en Guatemala. ¿Por qué Petén? Son casi mil kilómetros de frontera con México, mayormente selvática, donde es difícil el control de la soberanía nacional.
Recuperar la autoridad se logra con mano dura y en alianza con los líderes regionales que tienen una gran responsabilidad política y social. Algunos de ellos, aparentemente, se hacen los de la vista gorda con el narcotráfico.
Es obligación que la justicia de Guatemala investigue a individuos como el excandidato a la presidencia Manuel Baldizón, quien es un poderoso “empresario” y político populista del departamento de Petén, visto como un cacique, quien, al parecer, reina con todos los poderes.
Al mencionar su nombre en la ciudad de Flores en un viaje de turismo a las ruinas arqueológicas mayas, me pidieron que bajara la voz y mis interlocutores denotaron miedo, mirando sobre los hombros como si se tratase de peligro. Me dijeron al oído que preguntara ¿de dónde proviene gran parte de la riqueza de Baldizón? ¿Con quién está asociado? y ¿Por qué los narcoparamilitares Zetas transitan como Pedro por su casa en la región que todos los lugareños afirman les pertenece?
La comunidad internacional debe vigilar con rigurosidad la feroz ofensiva de Los Zetas en Guatemala y a sus aliados secretos.