“Los hombres tienen miedo a la mujer sin miedo” (Eduardo Galeano, Uruguay)
Los datos están ahí, en archivos digitales, clásicos casilleros, prensa escrita, en libros…
Todos ellos nos declaran que siempre han existido féminas sin miedo. Mujeres que han sabido desafiar, con imaginación, trabajo e inteligencia los retos que van encontrando en su caminar, día a día. Por eso a las palabras de Eduardo Galeano yo le agregaría que el mundo entero tiembla cuando encuentra a una mujer que no tiene miedo.
Cuando una mujer está desprovista de miedo, alza su voz y manifiesta aquello que le disgusta, aquello que le irrita, aquello que la limita. Se atreve a dar un paso, luego otro, seguido de otro y otros. Y cuando menos lo espera, cruzó senderos que -en otra época- eran inconcebibles, irrealizables.
Una mujer exenta de miedo desafía paradigmas, equilibra estremecimientos y sosiegos, pondera sensatez con demencia, y amor con repugnancia. Se descubre a sí misma, se estima, se ama, no da cabida a sentimientos de inferioridad ni permite que comentarios estériles desplomen sus sueños.
Por ejemplo, Anne Vallaser-Coster, pintora, nacida en Francia en 1744 fue, sin lugar a dudas, una mujer desprovista de miedo. Logró tener su propia tienda en donde exhibía sus obras de arte. En 1770 se presentó -audazmente- a la Academia Real de Francia para solicitar su ingreso con dos alegorías de las artes visuales y de la música (hoy en el Louvre) y uno de los votantes dijo: “Verdaderamente tiene dotes iguales a las de un hombre que se hubiera preparado en ese género de la naturaleza muerta”.
Una mujer falta de miedo lee, analiza, observa, pinta, canta, baila, dice, siente, acciona, procede conforme el juicio y no permite que enflaquezcan sus huesos, solo para dar gustillo a ciertos lobos. Una mujer sin miedo es consciente de su ser, y no necesita neutralizar ni cambiar su sangre por tinta de pulpo para acceder al conocimiento.
En esta vía también viene a mi mente Jane Austin, escritora, valiente mujer, nacida en 1775 en Steventon, Inglaterra. Al meditar en su novela “Orgullo y prejuicio”, me digo: ¿Cuál miedo?
Jane se atrevió desde aquellos tiempos a criticar a los regimientos militares.
Y qué decir de Marie Curie, polaca ganadora del Premio Nobel en Física en el 1903. O Bertha Von Suttner, del imperio austrohúngaro, que en 1905 se hizo acreedora al Nobel de la Paz.
Siempre hemos tenido campeadoras que han dicho: voy en busca de eso que me falta.
Los datos siguen estando ahí. Son reales, solo basta acercarse a ellos y permitir que la mujer exprese su discurso, ese que ha sido invisibilizado por mucho tiempo.
El siglo XX se declaró “El siglo de la mujer” por el despunte en la incursión en la política, en lo económico y laboral. El siglo XXI lo declaramos “El siglo de la mujer exenta de miedo”. Nosotras ya no somos subalternos, somos sujetos titulares. Nos respalda la construcción de un discurso verdadero, lleno de evidencias en todas las ramas del arte y de las ciencias.
¡Por la vendedora de flores, por la intelectual, por la tejedora, la esposa, la diputada, la amiga, por la ama de casa, la ministra, la maestra, la costurera, abogada, vendedora de tortillas, la enfermera, la madre soltera, la viuda. Todas mujeres del siglo XXI que alzaron sus alas como las águilas!