Opinión

Padre solo hay uno

La historia delegó en los padres el papel de proveedores, los responsables del sustento diario porque la crianza de los hijos era asunto de mujeres. Desafortunadamente la sociedad de consumo se ha encargado de perpetuar este atavismo porque con ella se han colado los trabajos absorbentes, las jornadas largas y el pluriempleo; no ha quedado otro remedio que trabajar más, delegar la paternidad en otros o renunciar a ella en pos de un mejor estilo de vida.

Para algunos padres huidizos estos trabajos tóxicos son un salvoconducto para desentenderse del día a día. Otros, bien intencionados, han quedado atrapados en la espiral del activismo y la inmediatez, espejismos modernos que nos impiden separar la paja del grano. Todo parece urgente e inaplazable, excepto el vacío familiar. Muchos ni siquiera se plantean el problema de su absentismo e ignoran que así como “madre solo hay una” su papel de padre no se canjea ni se sustituye.

Sencillamente los hijos necesitan del padre tanto como de la madre porque cada uno aporta desde la igualdad, su diferencia, complementando así la educación. Como dice un autor, la figura paterna ofrece su propia agarradera para sujetar la vida con madurez. Reducir al padre a una imagen distante de autoridad y de protección es limitar sus profundas posibilidades para dejarlas en lo epidérmico.


El padre comparte autoría en el empuje y talante de los hijos. Cuando el vínculo es estrecho desarrolla en ellos confianza en sí mismos, ensancha la percepción de sus capacidades y amplía su óptica para enfrentar problemas. “Para un niño, el padre es un gigante desde cuyos hombros puede divisar el infinito”.

Todo padre imprime su rúbrica en cada hijo. Los padres educan o deseducan permanentemente, aún desde el silencio. Los hijos observan cómo el padre se conduce, cómo enfrenta los problemas, cómo asume sus obligaciones y sobre todo, cómo trata a los demás. Naturalmente, los varones descubrirán en él un modelo de masculinidad a seguir. Será a través de ese cristal que intuirán la vida, el matrimonio y la paternidad.

Curiosamente, sin embargo, la relación con las hijas a veces queda en un segundo plano por una dejadez que nos impide apreciar el poder insospechado de este vínculo. El padre tiene un peso enorme en la vida de su hija, sus expresiones afectivas fortalecen su autoestima, así como la confianza le genera valía y seguridad.

A pesar de que muchos anuncian un eclipse paterno, cada día vemos el ejemplo de padres valiosos que comparten las responsabilidades y los retos de formar a sus hijos. Esos que tienen claro que su misión cara al hijo, como decía aquel poeta español, “es sacar de ti, tu mejor tú”.

Padres comprometidos que saben que cuando ellos faltan los hijos adolecen. Padres presentes que no se toman “sabáticos” paternales mientras escalan los peldaños corporativos, logran el éxito empresarial o culminan una carrera más. Padres consecuentes que enseñan con el ejemplo diario más que con sermones y palabrería de vez en cuando.

Padres firmes que imponen límites y “marcan la cancha” porque apuestan por hijos fuertes y recios. Padres sensatos que no caen en el permisivismo ni recurren a la propina para compensar su ausencia. A todos esos padres que defienden el tiempo con sus hijos, que dan constante ejemplo de lucha, que saben enmendar sus errores pero sobre todo que disfrutan su paternidad, un reconocimiento y una gratitud.