Al caer la noche, Tegucigalpa la de los “cerros de plata”, cada vez que puede nos ilumina con sus formas caprichosas, replicando un nacimiento navideño memorable. Es la Tegucigalpa de nuestras realidades e imaginarios con sus luces y millones de colores alucinando nuestros sentidos. Es el espectáculo mimado por miles de capitalinos y por los amigos visitantes que nos quieren.
Sin embargo, Tegucigalpa de noche no es la misma cuando el sol aparece por el horizonte. La ciudad es otra, arañada y sucia, con un dejo de caos en todos sus costados. Cuando se levanta, entrada la mañana, el tráfico vehicular es aberrante con sus aglomeraciones, los chorros de humo de los escapes de buses destartalados y el corre, corre, huyendo de la delincuencia común, el crimen organizado y las inundaciones ¡sin llegar el invierno!, como la que pasó en los primeros días de la semana “santa”, etc.
Esta es la “Taguzgalpa” de tiempos idos y de nostalgias hermosas, a quien le escamotearon la oportunidad de autoconstruirse en una ciudad digna con el concurso inteligente de sus habitantes, perdiéndonos la oportunidad histórica de tener una ciudad participativa, desde las barriadas y cada vecindario.
En respuesta, aquí está “la culta”, con su desastre, la quebrada El Sapo, Los Jucos y los fatídicos vendedores de los mercados, con su disparate macabro de meter basura en los tragantes para provocar que las inundaciones destartalen sus propios puestos y mercaderías, en una danza de autoplacer morboso.
Bienvenidos a la ciudad de “las minas”, con sus más de 110 colonias, en donde, según estudios de la Cooperación Japonesa, jamás debería construirse casas, pero donde cualquiera construye muros, donde quiere y embaúlan quebradas para joderles la vida a los vecinos con lodo, destrucción y muerte, sin que pase nada.
Aquí está la Tegucigalpa del imperecedero Juan Ramón Molina, el pescador de sirenas, Roberto Sosa, Eduardo Bâhr, cuentero de guerras y el de los afectos colectivos; de Juana la Loca, más divina que nunca, “Tito” Aguacate, el de los “calambres” de lujo y, por supuesto, el finado teatro-cine Clamer, en donde miles de parejas apasionadas exultaron quedamente sus amores en palco, bajo la proyección de una película, en los matinés de las tres de la tarde, en un día cualquiera.
Aquí está la “capirucha”, andrajosa de día y bella de noche, con su alcalde irredento que, con la ayuda de Dios, el rebaño y el TSE, será en un futuro no lejano, Presidente de la República, porque: ¡Primero los pobres, ¿me entiende?
En fin, aquí está la ciudad del próximo invierno de miedo, con más de millón de personas arrimadas y no arrimadas, quien junto a la totalidad de los gobiernos municipales oportunistas y corruptos, juntaron sus conductas irracionales, ¡peor que las inundaciones!, para desgarrarla y hacerla cada día, en una ciudad más vulnerable, política, social y ambientalmente.