La ciudad de Tegucigalpa, fundada el 29 de septiembre de 1578, convertida posteriormente en capital de la República el 30 de octubre de 1880; en su 435 aniversario, la encontramos triste y desamparada a pesar que en ella están alojadas las máximas autoridades del país.
Ha crecido en todas las direcciones, sin un patrón regulador, sin orden, en muchos sentidos podemos decir que se nos ha escapado de las manos desde largo tiempo, sufriendo los embates del cambio climático, con problemas de escasez de agua por la tala y los incendios forestales de los bosques que la rodean; con una infraestructura no acorde con el crecimiento de su población.
La situación es tan compleja, primordialmente porque nos hemos permitido tener alcaldes sin compromiso y sin visión. Así, vemos que lo identificado como el centro histórico, sufre un creciente abandono desde la administración posterior a la del arquitecto Henry Merrian, quien dio los pasos iniciales para ordenar y modernizar la ciudad y que desafortunadamente se descontinuaron. Tal abandono la ha convertido en tierra de nadie o como dicen en los pueblos de tierra adentro: “no hay alcalde en el pueblo”.
El hecho fehaciente lo vemos con la proliferación de ventas en calles y aceras, sin ningún control, esta apropiación ha venido imperando y desatándose por la necesidad de sobrevivir por parte de mucha gente dedicada al comercio informal; con ello encontramos cotidianamente grandes promontorios de basura en las calles, generando olores y bichos de cualquier tipo.
Si damos un paseo por el emblemático Parque Central apreciaremos el descuido en toda su estructura, no parece un Parque Central digno de nuestra capital, si vamos a los demás parques y áreas verdes la situación es similar, a pesar que los parques, además de esparcimiento, sirven para embellecer y limpiar el aire de tantos contaminantes.
En los últimos años no se han construido parques nuevos ni tampoco áreas de recreación de calidad que contribuyan a relajarnos de lo cotidiano; más bien, los existentes ahora son lugares tenebrosos, visitados por delincuentes, prostitutas, vendedores de drogas y más.
Si examinamos los caminos, calles, avenidas, bulevares y anillo periférico, éstos presentan un estado calamitoso; si no se toman medidas para recuperarlos dentro de poco serán intransitables.
Los malos trabajos en su construcción o reparación lo evidencia cuando llega el invierno, se deterioran con facilidad al no brindarles mantenimiento permanente que alargue su ciclo de vida; recordemos que las calles alternas casi no existen y es enorme el volumen de vehículos que, en forma desordenada, circulan, ante la indiferencia de las autoridades municipales, la Dirección de Tránsito y de Transporte, entes llamados a establecer el orden y control; además, es evidente la ausencia de señalización vial.
El movimiento antisocial pandillero y su impune accionar delictivo en sus diversas formas, ha despertado el instinto de supervivencia de los desesperanzados capitalinos, creando mecanismos de defensa, poniendo de moda las rejas en muchos barrios y colonias, para vivir enclaustrados, convirtiendo sutilmente esto en un negociazo para unos, con autorización de la Alcaldía Municipal. Naturalmente, esta situación contradictoria es ajena en absoluto a nuestras costumbres y deseos de vivir en libertad.
Podríamos achacarle parte de este trastornamiento de la capital, por ejemplo al huracán Mitch que nos visitó hace 15 años, y pareciera que fue ayer, dado que aún permanecen casi intactos los daños ocasionados, sólo es que nos demos un paseo por la primera y segunda avenida de Comayagüela hasta el otrora hermoso parque la Concordia y el Gimnasio Nacional para comprobarlo.
Otra excusa que podríamos utilizar para culpar las causas de ese trastornamiento, es la emigración del campo a la ciudad. Las personas que llegaron a la capital buscando mejores condiciones de vida, al no disponer de un lugar para vivir, se ubicaron desordenadamente en sectores vulnerables: a la orilla de los ríos y en los cerros existentes formando los famosos cordones de miseria, tema que merece un capítulo aparte.
Por último capitalinos, reconozcamos que en casi todas las elecciones hemos fallado en elegir alcaldes idóneos, comprometidos con la ciudad. No renunciemos a la esperanza de escoger bien el próximo 24 de noviembre y poder decir que sí tenemos alcalde en el pueblo. De momento no hay nada que celebrar.