Una voz suave, que a ratos se perdía al otro lado de la línea, pero con una enorme sabiduría en cada palabra, en cada fecha, mientras relataba un hecho histórico que ayudaría a enriquecer mi nota sobre la supuesta desaparición de una campana de la iglesia San Francisco de Tegucigalpa; así fue mi primer encuentro con doña Leticia de Oyuela.
Desde ese momento y con el esfuerzo que significaba para ella, ya casi al final de sus días, enferma, pero con el mismo espíritu aventurero de siempre, se convirtió en una fuente inagotable de consulta en mis tiempos entrañables de reportería.
Nunca tuve la oportunidad de conocerla personalmente, pero gracias al poeta óscar Acosta aprendí a admirar a aquella mujer pequeñita, rodeada de libros, de amigos entrañables y de una inagotable memoria histórica que supo transmitir sin prejuicios a las nuevas generaciones.
Investigadora incansable de la historia y del arte de Honduras, Irma Leticia Silva de Oyuela fue para muchos una fuente de inspiración. Su pasión por dejar constancia de la historia de su país, plasmada en más de 25 libros y cientos de artículos y ensayos, solo era comparable con el gran ser humano que se escondía detrás de su sonrisa franca.
Así la recuerda con especial cariño y admiración el pintor primitivista Roque Zelaya.
Ella fue la primera persona que creyó en su obra y fue en su galería Leo donde impulsó la carrera del pintor hondureño y el de otros artistas como Santos Arzú Quioto, Ezequiel Padilla, Armando Lara, Mario Castillo y Alex Galo.
La historia de Zelaya con doña Lety, contada por el artista en un pequeño trazo, comenzó en un campo de fútbol en su natal San Antonio de Flores en 1977.
“Se detuvo un carro turismo amarillo de cinco puertas, bajó doña Lety y don Félix, me llamaron, dejé de jugar pelota, me acerqué y me dijeron:
¿eres tú Roque Zelaya? Sí, respondí. Y me dijeron: te traigo estos materiales para que pintes y vengo a invitarte también a Tegucigalpa para que conozcas la galería y hacerte una exposición cuando quieras...”.
Según el pintor primitivista, así era doña Lety, como cariñosamente le llamaban, “desprendida y visionaria con los jóvenes pintores como yo, entonces de 19 años. El siguiente año (1978), montó mi primera exposición con 20 obras. Es imposible olvidar gestos como el de doña Lety, es como renunciar a la humanidad, a la existencia misma de Dios”, narra.
En una pequeña cartulina se retrata el cariño, el respeto y la admiración de Zelaya por una mujer que no solo era responsable de una impresionante producción historiográfica sino que con su galería y su editorial Nuevo Continente, que fundó con su amigo óscar Acosta en 1970, amadrinó a decenas de escritores y pintores.
“De no haber encontrado a doña Lety, tal vez no habríamos recorrido todo este camino”, puntualiza Roque Zelaya en su homenaje a una mujer inolvidable.
ESCRITORA E HISTORIADORA. La última heroína de la cultura hondureña del siglo XX, como le llamó el escritor sampedrano Julio Escoto, nació en Tegucigalpa el 20 de agosto de 1935, en el hogar formado por Leónidas Silva Valladares y Bertha Rodríguez Durón.
Realizó estudios de Bachillerato en Ciencias y Letras con una tesis sobre el arte colonial en Honduras, que fue el primer paso para seguir las dos pasiones de su vida: el arte y la historia.
Mientras estudiaba la carrera de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, en 1956 conoció a Félix Oyuela, un abogado que fue su compañero ideal hasta el final de sus días.
De esa unión nacieron seis hijos: Mario Guillermo, Rosana, Fernando Enrique, Ángela Josefina, Felipe Edgardo y María de las Mercedes.
Siguiendo a su esposo en el servicio diplomático de Honduras en Madrid y Roma, la escritora aprovechó para formarse en el campo de la historia.
Ya en la década de los sesenta, y de nuevo en Honduras, formó parte de la Universidad Nacional Autónoma, teniendo a su cargo la Dirección de Extensión Universitaria, donde desempeñó una gran labor de promoción cultural en todas las áreas.
Amante de la ópera y seguidora de artistas como Plácido Domingo, Joan Manuel Serrat o Leonardo Favio, doña Leticia de Oyuela era, según su esposo Félix Oyuela, una investigadora innata que logró el sitial de ser la primera mujer historiadora hondureña reconocida a nivel internacional.
Además de escribir, le encantaba coleccionar muñecas y cocinar. Fue miembro de la junta directiva de la Fundación para el Museo del Hombre Hondureño.
También fue socia de número de la Academia Hondureña de la Lengua, que a manera de homenaje póstumo le dedicó la portada de su revista del mes de julio de 2008.
Dejó su huella literaria no solo en sus libros, que se pueden encontrar en los estantes de las librerías nacionales, también en sus escritos para la revista de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y la columna semanal que se publicaba los sábados en diario EL HERALDO y que se convirtió en un canal de comunicación con sus lectores y un termómetro con el cual medía el pulso de su capital y de Honduras.
El historiador Mario Argueta, uno de sus entrañables amigos, la describe como una mujer que tenía una enorme curiosidad intelectual y cuyo interés por “lo hondureño” iba más allá de lo pictórico.
Según Argueta, ella se dedicó a escribir sobre hombres y mujeres que han pasado desapercibidos o aquellos a quienes la historia no les ha dado el lugar que merecen.
“Le dio un gran apoyo a los jóvenes con inquietudes artísticas. Su editorial Nuevo Continente se convirtió no solo en una editora de obras y librería, sino en un punto focal de encuentro de muchas personas que iban en busca de su consejo o de su apoyo”.
“Lo que siempre me impresionó de ella es que a medida que su salud se iba deteriorando, más se incrementaba su creatividad. La prueba es que en ese tiempo publicó más libros que en toda su carrera. A pesar de su quebranto de salud, ella no perdió el entusiasmo”, narra el historiador.
Argueta reconoce en Leticia de Oyuela un estilo literario peculiar, anecdótico, que hacía que la persona que no estaba interesada en la historia lo estuviera.
“Escudriñaba en las relaciones amorosas y sentimentales, la parte psicológica de los personajes con un estilo atrayente. Combinaba el hecho histórico estricto con su imaginación literaria”, detalla.
Y es que no hay duda que, como escribió Rolando Sierra Fonseca en un artículo publicado por la revista de la Academia Hondureña de la
Lengua, las obras de doña Lety invitan a la consulta cotidiana y permanente, por ocuparse de temas sugerentes, garantes de la riqueza documental y de una creativa e imaginativa interpretación de los procesos socioculturales del país.
Y es que, según don Mario Argueta, “fue una mujer que siempre estuvo atenta a las nuevas tendencias literarias e históricas mundiales. Era una lectora asidua”.
Por eso no era raro que historiadores extranjeros tuvieran en su agenda una visita obligada a la casa de doña Lety, donde no solo eran bien atendidos por ella, sino que podían acceder a una nutrida biblioteca con títulos sobre arte, literatura e historia, que aún atesora su familia.
Además de óscar Acosta, entre sus más grandes amigos está Ramón Oquelí, con quien editó un folleto sobre Ramón Rosa.
Y hay un dato que don Mario recuerda con especial afecto: “la embajada de España invitó al premio de Estudios Históricos Rey Juan Carlos I, sin saberlo ambos participamos, ella con su obra ‘Esplendor y crisis de la minería en Honduras’ y yo con ‘Tres caudillos, tres destinos’, y la sorpresa fue que hubo un empate y nos dieron el premio a ambos. Ella fue al acto de entrega pero, como estaba bastante enferma, me pidió que yo aceptara y agradeciera el premio en nombre de los dos”, detalló.
El lema de doña Lety era: “siempre tengo la libertad de escribir lo que me da la gana”.
Así la recuerda Diana Espinal que, en un artículo publicado en las páginas de Opinión de EL HERALDO, define a una mujer pionera, heroína, escritora, historiadora y promotora de la cultura.
“Para aquellos que creyeron que tu deceso era una gran pérdida para la sociedad hondureña, no es cierto, pues estás más viva que nunca, que aún retumban tus palabras cual ecos potentes y que seguirás estando por muchos años. Lo demás está en nuestras manos”, reza una parte del artículo.
Doña Lety confesó en más de una ocasión que los libros eran sus más fieles confidentes. “Nunca me dejan sola, me ayudan a pensar, a ver la realidad de cada momento; es por eso que ni políticos ni nadie me engaña”, manifestó en una oportunidad.
Su último trabajo es “Constructores artísticos entre siglos”, un libro póstumo dedicado a la escritora en 2010, dos años después de su deceso y que fue reeditado por el Grupo OPSA, al que pertenece EL HERALDO.
La obra es mucho más que una síntesis de la historia de la pintura hondureña, es una segunda edición, corregida y aumentada, de esa batalla pictórica, la cual contempla los hitos más sobresalientes de la producción artística nacional.
Comenzando con los petroglifos y pictografías del Cañón de Ayasta y pasando por las diferentes etapas de nuestra historia como nación, en su libro la escritora Leticia de Oyuela nos lleva de la mano a través de los siglos para conocer a los grandes artistas de la plástica hondureña.
El libro fue un reconocimiento póstumo para Irma Leticia de Oyuela por su incansable labor de enriquecer y preservar la cultura de Honduras a través de las diversas expresiones artísticas.
“Fue una pionera en plasmar aspectos tan intangibles como las historias de las mentalidades o de los sentimientos. Ella fue tan inteligente que supo interpretar muchos escritos para poder realizar su trabajo con mucho profesionalismo”, dijo a EL HERALDO el escritor Marcos Carías el día del lanzamiento del libro.
“Era una mujer muy solidaria y son incontables los nombres que ahora se conocen en el mundo literario y artístico que ella impulsó. Ella fue una notable promotora cultural en sus varias facetas, primero como catedrática, luego como dueña de espacios de exhibición de arte y como escritora”, continuó.
Y es que doña Lety nunca se cansó de estudiar, de leer y de investigar, sino cómo hubiese contestado a mis preguntas insistentes que intentaban descubrir dónde estaba la campana perdida de la iglesia San Francisco, o si era cierto que bajo la Catedral San Miguel Arcángel habían túneles llenos de oro, plata y joyas preciosas.
Ese recuerdo, seguido de su obra invaluable plasmada en libros, ensayos y artículos en periódicos y revistas, que vienen a mi mente cuando pienso en doña Lety de Oyuela, me hace darme cuenta que ella no se ha ido, sigue viva en las tertulias, en los escritores y artistas a quienes preparó el camino al éxito con paciencia y devoción, y en hondureños que atesoran al menos un libro de la mujer incansable que escribió la historia de Honduras hasta el último día de su vida.