Los tiempos tempestuosos que vive Honduras han producido en lo que llevamos de siglo XXI una marejada migratoria sin precedentes en la historia del país.
El éxodo masivo, el del más crudo instinto de supervivencia, es el que ha decidido viajar por tierra más de 2,000 kilometros hacia la frontera sur de Estados Unidos. Cerca de un millón de hondureños han emigrado a través de esta región infestada de violencia, al punto en que solo es comparable con el Medio Oriente. Pero si bien esa ha sido la principal opción de salida, en el 2016 ya se constata con fuerza la existencia de nuevas comunidades de hondureños en diferentes lugares.
Este es el caso poco conocido de los hondureños en España, la segunda población más numerosa en el extranjero. Una comunidad que ha cruzado el Atlántico en avión, creciendo de a poco, y que hoy suma cerca de 55,000 personas en el país europeo, que es nuestra cepa cultural. Hay diferencias entre ellos y los que se han ido a pie a Estados Unidos de América, pero han salido también a causa de la falta de oportunidades y violencia. Dos frutas de la corrupción crónica que nos aqueja y de nuestra dejadez colectiva y cultural.
Números que se disparan
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadísticas de España y del Observatorio Permanente de la Migración de aquel país, solamente en 2015 el flujo de hondureños que ingresó en España ha aumentado en poco más de 10% la población total permanente; 7,647 hondureños pasaron la aduana de los aeropuertos, y únicamente 1,706 salieron del país. Esto significa que 5,941 personas, legal o ilegalmente, se quedaron en España.
La situación legal de estos hondureños, por otro lado, varía mucho entre los primeros y los últimos en llegar. Del total de 55,000 personas, 42.9% de ellos no tiene papeles, 36% tiene permiso de residencia, 11.1% se ampara bajo el régimen comunitario y menos del 1% se encuentra legalmente con un visado de estudiante. En comparación con estas mismas cifras en 2014, en 2015 los hondureños sin papeles aumentaron en un 1.5%, mientras la cifra de aquellos con permiso de residencia bajó en un 2%. Los cambios en las otras categorías, por otra parte, mostraron cambios menos significativos.
Apenas un 22% de estos hondureños en España trabajan dados de alta en la seguridad social. Esto se debe a que, si bien hay muchos titulados entre ellos, la inmensa mayoría ha llegado para realizar trabajos domésticos que requieren poca calificación profesional. Como en el resto del mundo, estos trabajos comúnmente se remuneran “en negro”, o lo que es lo mismo, al margen del sistema legal.
Barcelona como capital
Como si fuese un guiño del destino que nos llamamos a nosotros mismos catrachos en honor a la legión del general hondureño de ascendencia catalana Florencio Xatruch, ha sido sobre todo en aquella esquina del Meditarráneo llamada Cataluña que nuestra gente en España ha desecho su maleta.
De los 55,256 hondureños censados en el último estudio del INE español, 26,065 de ellos se afincaron allí; 15,784 se asentaron en la provincia de Barcelona, mientras que un sorprendente 9,499 lo ha hecho en la poca poblada provincia de Gerona; que por el otro lado es la más rica per cápita de España. Así, y a causa también del “efecto llamada”, es fácil encontrar una comunidad de hondureños procedentes de un pueblo como Talanga que poco a poco se han ayudado a llegar hasta España y hoy viven juntos en pequeños lugares como el pueblo pesquero de San Feliu de Guixols en la Costa Brava de Gerona.
Barcelona como ciudad y Cataluña como región, por lo tanto, son el punto de concentración de los nuestros en Europa; una escogencia de lugar curiosa que no ha sido similar a otras migraciones latinoamericanas en España. La Comunidad Autónoma de Madrid, por ejemplo, que es la más poblada de todas las divisiones internas españolas, alberga apenas a 12,084 hondureños. Es decir, menos de la mitad de aquellos en Cataluña. Madrid, sin embargo, reúne la mayor concentración de ecuatorianos; la comunidad de latinoamericanos más numerosa en España con cerca de medio millón.
Otros puntos de España, como la ciudad de Valencia o la provincia de Guipúzkoa en el País Vasco siguen de lejos la estela de Cataluña, con entre 2,000 y 3,000 hondureños como residentes. Aún más, si nos vamos a otras regiones la cantidad de compatriotas se vuelva casi simbólica. Por ejemplo en Tenerife, Canarias, donde juega al fútbol el seleccionado nacional Anthony Lozano. Únicamente 102 hondureños, el “Choco” incluido, se han afincado en esa provincia.
Comunidad de mujeresLlama la atención que esta colonia está principalmente compuesta por matriarcados. Tres de cada cuatro hondureños en España son mujeres. En la mayoría de los casos son ellas quienes llegaron primero y poco a poco han ido reunificando a sus familias o ayudando a sus conocidos, en lo que se conoce como “efecto llamada”. Esto explica también el bajo promedio de edad de las mujeres -32 años- y de los hombres -25 años-, ya que en muchos casos son los hijos de estas primeras pioneras que han viajado para reunirse con la cabeza de su familia. Cabe recordar que en Honduras siete de cada 10 hogares son monoparentales y sustentados por una mujer.
De acuerdo con lo que expresan los hondureños en España, parte de la explicación a este desbalance entre géneros se debe a que en comparación a emigrar hacia Estados Unidos, donde las mujeres corren en la travesía un especial riesgo de violencia física y sexual, la alternativa española no implica peligros tan graves. Sin embargo, quizá la mayor explicación a ese dominio femenino es que estos hondureños están emigrando hacia un país que desde el año 2009 vive una profunda recesión económica de la que apenas empiezan a dar signos de mejoría. A causa de esa recesión, en la que el desempleo en España llegó a alcanzar más del 20% entre sus ciudadanos y más de 50% entre sus jóvenes, escasean los trabajos poco calificados para lo que generalmente buscan hombres extranjeros, como los empleos del sector de la construcción.
Las mujeres, por el otro lado, llegan a llenar el vacío en las demandas familiares que ocasiona el ritmo de vida de un país avanzado, en el que hombres y mujeres suelen trabajar largas jornadas por igual. La ocupación de los padres crea la necesidad de alguien que cuide de sus hijos pequeños, sus padres ancianos, o que limpien sus casas y preparen la comida. No obstante, si bien las mujeres latinoamericanas inmigrantes, entre ellas las hondureñas, corren con más suerte que los hombres en estos tiempos de crisis, no todos los trabajos ofertados son igual de remunerados y algunos son mucho más sacrificados que otros.
Al ser muchos de ellos trabajos en el mercado informal, realizados por personas en muchos casos con una situación legal irregular, es difícil que exista un estándar de sueldo, tareas y horas de trabajo como sucede con los trabajos que sí son visibles a la ley y que cotizan en la seguridad social. Sin embargo, esta es la rendija de oportunidad para el inmigrante que abandona su país. En todo caso, la experiencia es variopinta y muchos aprovechan cualquier trabajo inicial como punto de arranque para asentarse en España y regular su situación legal. Es lo que han hecho otras colonias de latinoamericanos que llegaron antes a España, en tiempos de bonanza, y que hoy se encuentran más integrados en ese país.
Una hondureña como muchas otras
Isaura Flores, de Texíguat, El Paraíso, salió de Honduras hace ocho años porque vio truncado el camino hacia su título profesional. Al cumplir 18 dejó Texíguat para mudarse a Tegucigalpa, donde trabajaba para el gobierno durante los primeros dos años de la administración de Manuel Zelaya. Con ese trabajo se pagaba la universidad y cursaba el segundo año de administración de empresas, cuando con 20 años una barrida de empleados para abrir paso a otros nuevos afines al “nuevo cacique” en el ministerio la dejó sin ingresos.
“Cada vez que hay cambio de políticos hasta allí llega todo”, comenta Isaura en retrospectiva, lamentando los días en que sus oportunidades dependían de la cabida que podía tener en un mercado laboral politizado. “Cuando perdí el trabajo, un amigo me dio la idea de venirme a España. Así, sin tener familia aquí, decidí comprar un boleto y venirme. Pasé tres meses en Portugal primero, pero no conseguí empleo. Luego me vine a Barcelona a casa de una amiga de mi amigo y en 15 días empecé a trabajar”, relata Isaura, quien tuvo que dejar esa casa ya que quien la recibía necesitaba estar sola para que el trabajador social que evaluaba su caso aprobara la reunificación familiar. Para conseguir ese primer empleo, Isaura, como muchas otras, buscó una oportunidad en una agencia de trabajo para labores de casa. “Me probaron para varias tareas, pero no me escogieron ni para niños ni adultos porque consideraron que era muy joven. Me gustaba cocinar y logré entrar en los cursos de cocina. Prácticamente ha sido en eso que he trabajado desde entonces”, relata esta hondureña en España.
El cambio no fue fácil para Isaura en aquellos primeros meses en que sus aspiraciones personales empezaban a cambiar. “En mi país sería profesional y aquí estoy limpiando váteres --palabra que usan en España para el inodoro--. ‘¡Yo me regreso porque esto no es vida!’, pensaba. Mis papás me apoyaban para volver, pero luego una amiga me dijo ‘no vengás, aguantate porque aquí no hay vida, no se sale adelante’, me decía. ‘Quedate allá, trabajá y ahorrá’, y me convenció más lo que me dijo mi amiga”, recuerda Isaura, quien cambió sus sueños profesionales por un sueldo con el que podía alimentar el resto de sus planes. Su caso es especialmente afortunado ya que junto a su marido, también hondureño y a quien conoció en España, logran ahorrar entre ambos un salario y viven una vida sin lujos, pero sin carencias en la que sus dos hijos, ambos con doble nacionalidad, tienen buenas opciones de educación, salud y otras cosa. En los días en que concedió estas declaraciones, presentó también el examen para la nacionalidad española tras ocho años en aquel país.
El dilema del emigrante
Quizá Isaura no haya terminado la carrera universitaria que empezó en Honduras, pero la vida le ha permitido obtener otro tipo de conocimientos en Barcelona. Desde hace años trabaja para una pareja de médicos cirujanos cocinando para ellos platos españoles y mediterráneos. Prepara también con maestría las recetas que sus patrones le traen de los distintos países a los que viajan para hacer voluntariado como médicos. Por lo que, además de acumular ahorros, con su trabajo ha llegado a dominar un sinfín de recetas de la cocina mediterránea como pocos cocineros lo hacen en nuestro país.
Capacitaciones informales como esta son parte de los beneficios positivos que reciben los hondureños que emigran hacia España. Sin embargo, a pesar de la experiencia y los ahorros adquiridos, Isaura no considera que en Honduras tendría buenas opciones de autoempleo o como asalariada. Además, cuando recuerda el problema de la inseguridad siente alivio al pensar que entre ella y Honduras se interpone mucho más que un océano de por medio. “Se dice que España está en crisis y de Honduras no se dice lo mismo. Y yo pienso, ‘¿Con crisis, con trabajo o sin crisis, sin trabajo?’. Está complicado volver allá por la falta de empleo y la delincuencia. Aquí estoy despejada, más que todo porque anda uno seguro. En España la vida es buena, pero lo de la seguridad, sobre todo, no tiene precio. Si en ese sentido Honduras fuese como España, yo ya me hubiese ido”, cuenta.
Entre risas, añade que cuando habla por teléfono con una prima suya que trabaja en Casa Presidencial para el gobierno actual, le dice: “Decile a tu Presidente que ponga seguridad y yo me voy de regreso”, aunque esta se enoje. A pesar de las dificultades que atraviesen los hondureños que como Isaura han emigrado, parece que se han llevado consigo la capacidad de reírse de lo que les puede ocasionar infelicidad