El reloj marcaba las 11:00 de la mañana cuando la confirmación se llevó a cabo.
En realidad Ever no debió estar allí ese día. Dos días antes, el 23 de abril del año pasado, el socorrista se había enfrentado a dos incendios forestales, por lo que no le correspondía acudir al siguiente.
Ever Velásquez, un joven de 22 años, es el único sobreviviente de aquel fatídico 25 de abril, en el que salieron quemados cinco miembros del Cuerpo de Bomberos, dos de ellos murieron en el incendio forestal en el sector de La Montañita y tres más resultaron con quemaduras extremas.
Semanas después, dos de ellos murieron. Óscar Fernando Madrid, en el Hospital General para Quemados en Ciudad México, y cuatro semanas después Frank Obilson Santos Girón, también en México.
Ever es el único superviviente de una tragedia que arderá por siempre en su corazón. Y esta es su historia.
Vea: Los recuerdos que dejó en su escritorio el bombero Óscar Madrid
El día antes del infierno
A las 5:00 de la mañana suena la desesperante alarma, esa misma que entre dormidos y despiertos (a veces más lo primero) nos hace exclamar (a veces con malas palabras) “cinco minutos más”.
El 24 de abril, Ever se levantó y fue directo al baño. Mientras se arreglaba, encendió la televisión y puso las noticias, en la radio sonaba bachata, ese ritmo alegre y pegajoso que lo invita a uno a bailar, “aunque sea con el palo de la escoba”, dice, pero tenía que apresurarse para su jornada laboral.
El día pintaba sereno para el apagafuegos en la Escuela Nacional de Bomberos Comandante Óscar Rodríguez Gómez, ubicada en el barrio Morazán, donde están las oficinas centrales.
A las 6:40 de la mañana salió de su casa en la colonia Abraham Lincoln, al noroeste de la capital, y pasados minutos de las 7:00 de la mañana ya estaba en la Escuela de Bomberos.
Siempre procuraba estar antes de las 8:00 para evitar el irritante tráfico que logra poner de muy mal humor a los capitalinos, que abusan y desesperan aún más con las bocinas de sus carros.
“Llegué a la oficina y nos encargamos de coordinar cursos a nivel nacional, realizar el procedimiento administrativo y verificar que se desarrollara cada curso”, dice.
“Habíamos creado unos grupos de trabajo, al final del día dejé unos asuntos pendientes y me fui a las 4:00 de la tarde para mi casa”, recuerda este hombre que tiene en su cuerpo la huella de su heroísmo.
No hubo nada extraordinario ese día, el trabajo fue normal. No hubo presagios ni mensajes ni nada que hiciera advertir alguna tragedia. Los medios de comunicación inundaban con detalles del caso Collier, el primer puente peatonal subterráneo entraba en servicio y EL HERALDO denunciaba abusivos incrementos salariales en el Pani.
Con eso, Ever se fue a la cama, pensando más bien en su rutina laboral del 25 de abril.
El día del infierno
El 25 de abril del año pasado, el sol apareció en el horizonte de la capital con furia, pero eso a Ever no le llamó la atención, total es un bombero y los bomberos están acostumbrados al calor. Hizo todo de rutina y a las 6:40 salió de su casa con rumbo a la Escuela de Bomberos.
A las 8:00 en punto pasó a formación junto a sus compañeros como de costumbre y empiezan a llamar para integrar el grupo de atención de incendios forestales, por si se llegaran a presentar. Días antes habían participado varios de ellos en apagar el fuego en zacateras y en sectores aledaños a la capital.
“Nos forman y hacen el llamado al grupo que tenía que asistir a las zonas en donde se registraran incendios ese día, pero dadas las circunstancias de la gran actividad que se había generado anteriormente, solo estaba una persona de ese grupo, por lo que, los que estuviéramos disponibles teníamos que sumarnos. Al final solo fuimos nueve”, detalla.
-¡Tienen que estar pendientes! -ordenó un oficial de servicio- Sabemos que hay un incendio en La Montañita, pero aún no nos confirman si somos nosotros quienes tenemos que atenderlo, exclamó.
De manera inmediata, los bomberos se encaminaron hacia sus cubículos y en cuestión de segundos bajaron con el equipo en mano, comenzaron a organizar las herramientas por cualquier llamado, pues ese había sido el mandato: “Estar pendientes, pero alistar el equipo”, recuerda Ever ya intranquilo.
A decir verdad, Ever nunca debió estar en este grupo. Dos días antes había estado apagando dos incendios forestales en la capital y eso le daba la oportunidad de descansar ante la eventualidad del próximo siniestro.
“Tuve que ir a apagar un incendio allá por la carretera a Olancho, cuando veníamos de regreso hacia la estación nos comunicaron vía radio sobre otro desastre en el municipio de Santa Lucía, creo que por el sector del Cerro Brujo. Nos mencionaron que necesitaban apoyo, nos trasladamos a las 2:00 de la tarde, ese incendio sí estaba grandecito. Lo exterminamos a las 2:00 de la madrugada”, contó el valiente joven, quien nunca imaginó que esos eran los últimos dos incendios con los que batallaba, pues en pocas horas toda su vida cambiaría.
A las 11:00 de la mañana del 25 de abril vinieron las instrucciones.
-¡Vamos para el incendio!- fue la segunda orden que los socorristas recibieron por parte del oficial de servicio mientras se apresuraban a subirse a la unidad que los trasladaría hacia las puertas de un infierno terrenal.
De inmediato salieron de la central de bomberos y llegaron a las 12:00 del mediodía, al kilómetro 14 de la CA-6, carretera que conduce de Tegucigalpa a Danlí, El Paraíso, al lugar conocido como La Montañita.
Ingresaron por un pequeño portón de color negro instalado una cuadra arriba de uno de los accesos a La Montañita y que conduce hacia una propiedad privada.
Vea: Así fue condecorado Ever Velásquez, sobreviviente del incendio en La Montañita
Reconstruyendo la tragedia...
Once meses después de la desgracia sembrada en este punto de la ciudad, EL HERALDO acudió al epicentro de la tragedia en compañía de Ever.
Solo fueron diez minutos de permanencia en el lugar, poco tiempo, pero el suficiente para que Ever recordara esos segundos de infierno, esos segundos en los que solo se piensa en la familia, esos segundos en los que se entrega el alma a Dios, esos segundos en los que se piensa en los compañeros. Esos segundos en los que uno cree que va a morir, esos segundos en los que uno cree que no hay marcha atrás. Esos segundos en los que la respiración se acaba…
-Recuerdo que por esta parte de la calle, mientras comíamos churros, íbamos bromeando sobre la Champions League con mis compañeros. Veníamos tranquilos porque para nosotros era un incendio más, dice.
-Lo apagaríamos a la brevedad y nos iríamos temprano a ver el partido del Real Madrid, recuerda mientras era conducido con el equipo de EL HERALDO al sector del siniestro.
Durante el recorrido por la estrecha pero bien conservada calle se aprecian diversas cosechas de hortalizas, que le brindan llamativos pigmentos a cada extremo del montañoso sector.
-Esa plantación que ve ahí (indica hacia el lado derecho) estaba llena de tomates (detalla tras pasar por una parcela que actualmente está marchita). Ya había humo cerca, por eso nos comenzamos a preocupar, porque había una gente sembrando que no quería salirse, pese a que le dijimos que no debían permanecer en ese sitio.
Nos podíamos escuchar los gritos en donde rogábamos a Dios y pedíamos auxilio. Los cinco nos dispersamos, desesperados... ya una vez estando en llamas, la sensación fue aterradora'. |
Minutos más tarde...
La unidad de EL HERALDO arribó al mismo sector donde la cuadrilla de nueve bomberos, dirigida por Sergio Madrid, tuvo que abandonar el automóvil para caminar casi una hora montaña adentro y, llegar hasta el inmenso dragón de mil cabezas, que disparaba enérgicas llamas por todos lados.
“Llegamos hasta donde están estos cultivos y nos metimos por esta quebrada (que en ese entonces estaba seca). Ese día este sector lucía como ahora: verde. Desde aquí se miraba el humo, por eso lo que hicimos fue rodear el otro extremo para ver de qué forma se podía apagar”, confiesa el apagafuegos mientras recuerda con dolor la pesadilla.
Una vez dentro de la zona de fuego, con el sudor en el cuerpo y el calor sofocante, el equipo de nueve bomberos analiza la situación: observa la topografía, verifica el material combustible (tipo de foresta) y la extensión de la línea de fuego.
“Ahí fue cuando iniciamos a ver de qué manera lo atacábamos y fue así como terminamos cinco en un lado y cuatro en el otro extremo. Yo estaba entre los cinco”, recapituló.
“Iniciamos a combatirlo y durante lo estábamos atacando no tuvimos ningún problema ni el presentimiento de que algo malo iba a pasar... no era un feroz incendio”, asegura el joven con voz pausada, pero con mirada perdida en el suelo.
Ya para ese momento no había nadie que diera instrucciones porque se habían dividido y aunque se hubieran dado, era muy difícil atenderlas porque la misión era acabar con el fuego.
Magnitud de la situación
De pronto, el equipo presintió el riesgo cuando el indomable fuego aliado con el viento, les tendió una trampa. “Nos dimos cuenta de la dimensión del problema hasta que nos rodeó por completo. No nos dio tiempo ni de ver por dónde estábamos. En ese momento mi único pensamiento era: ¿qué hacemos?”.
En medio del sofocante calor, del ataque de las llamas, la angustia y la tensión, confiesa que conversaron entre los cinco. Y llegaron a una conclusión, una conclusión que planteó dos opciones: “…O morimos asfixiados por la cantidad de humo o nos la jugamos y corremos la fatalidad de quemarnos”. Ambas tenían el mismo riesgo de muerte.
El fuego avanzaba... y, en cuestión de segundos, la ferocidad de las llamas envolvieron a los cinco bomberos. “No tuvimos oportunidad de reaccionar, ya estábamos en llamas”, rememora acongojado.
“Nos podíamos escuchar los gritos en donde rogábamos a Dios y pedíamos auxilio, ¡ayuda! Los cinco nos dispersamos, desesperados; ya una vez estando en llamas, la sensación fue aterradora”, revela entre silencio y respiración agitada.
De interés: El día que JOH animó por teléfono a Ever Velásquez
Angustia en la batalla
A Ever se le corta la voz para recordar ese momento en el que “me estaba quemando vivo”. Es una agonía, es un dolor, es horrible, fueron 45 segundos de estar en el infierno.
“Estar prendido en llamas genera una desesperación muy extraña... Estaba en shock porque no lo podía creer, fue un momento horrible porque el dolor que se siente es…(guarda silencio) algo que no se puede comparar con nada”.
“Para mis compañeros quizá fue más doloroso, pues ellos tenían hijos y los padres piensan sobre el futuro de sus hijos y eso es más agobiante”, dice este hombre al borde del llanto.
Con el cuerpo en llamas, Ever tuvo mil pensamientos. Pensó en su familia, en Dios. Saber que podía morir le hacía preguntarse adónde iría si perdía la vida: al cielo o al infierno.
Mientras estas preocupaciones rondaban su pensamiento, logró alejarse del incendio, saltó hacia un sector que aún no había tomado fuego y lo primero que hizo fue desprenderse del uniforme (de la manera en que pudo).
“Podía sentir el olor a carne quemada, sentía el ardor horrible en mi cuerpo. Una vez que mantuve distancia, la adrenalina me hizo un bajón y mi cuerpo comenzó a padecer aún más el dolor”.
Todo se salió de control. “Sentí una debilidad horrible, el pañuelo que traía aquí (dice señalando su cuello) ¡Me lo arranqué! (realiza un ligero gesto de desprendimiento) me costó quitarme las botas (casi derretidas por el fuego) y traté de tirarlas lo más lejos posible, sin embargo, no tenía fuerza”.
Ever dio diez pasos hacia adelante y se dejó caer en la maleza. Ya no soportaba el fuego en su cuerpo, pero a su vez, escuchaba el intenso crepitar de las llamas que se acercaban más rápido hasta donde él estaba.
En ese instante se aferraba a su vida y recordaba los momentos que perdió y que no pudo disfrutar con su familia.
“Mi reflexión era esa y le pedía perdón a Dios por todo, que guardara a los míos y que si me tocaba morir, tuviera misericordia de mí”, meditó en aquel momento.
Durante esos minutos él nunca dejó de suplicar ayuda y gritaba para ver si alguien lo escuchaba en aquel apartado lugar, donde ya había perdido comunicación con sus otros cuatro compañeros, que habían quedado en la parte de arriba del sector.
Con la hirviente atmósfera una luz apareció, alguien también gritaba solicitando apoyo.
Como pudo se levantó, caminó hacia un barranco y notó que en la parte de abajo estaba uno de sus compañeros -Óscar Fernando Madrid-, cuando lo vio se alegró y trató de buscar algo para sostenerse, pero no encontró nada y rodó por el precipicio hasta llegar donde él.
Juntos se guiaron a través de unas mangueras para buscar asistencia. “Hubo un momento en que mi cabo Madrid me dijo: “¡Ya no puedo!”.
“Solo dimos 20 pasos. Sentía que yo sí podía caminar un poco más que él, pero no lo iba a dejar solo”, recuerda con sus ojos humedecidos, y profundos suspiros.
Decidieron sentarse y entre los dos continuar pidiendo ayuda. Fue ahí cuando el personal del Instituto de Conservación Forestal (ICF) y militares aparecieron para auxiliarlos.
Ambos fueron trasladados a la carretera de la CA-6 y notaron que Frank Obilson Santos Girón, quien tenía bastante dañada la espalda, ya estaba ahí. ¿Cómo salió? ¡No se lo explican! Pero el Cuerpo de Bomberos asume que lo hizo sin ayuda de nadie.
'Él gritaba pidiendo que por favor oraran por su hijo. Era lo que más mencionaba', recuerda Ever de su compañero con un nudo en la garganta. Él fue una de las víctimas.
Los socorristas que acudieron a la peligrosa zona comenzaron a llamar a las ambulancias y los afectados imploraban que los llevaran al hospital ya que no toleraban el sufrimiento de sentir la muerte encima.
“No mirábamos a los otros dos compañeros, a quienes en un inicio las autoridades declararon como desaparecidos. Nosotros insistíamos que nos sacaran de ahí”, dice.
Recuperados todos los bomberos quemados, los transportaron en un pick-up, dos de ellos fueron colocados en la cabina del vehículo (Frank Obilson Santos Girón y Óscar Fernando Madrid), porque reflejaban mayor gravedad. Ever Velásquez fue acomodado en la parte de atrás (en la paila).
“¡Jum! Ese traslado fue feo. Cada vez que el carro saltaba en la calle, el dolor que sentía era horrible porque ni siquiera soportaba que me tocaran”.
Ever fue llevado a la clínica del Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS) del barrio La Granja. Estaba con vida, respiraba, estaba consiente, recordaba su infancia, pensaba en sus compañeros, pensaba en Dios, pensaba en su familia, pensaba en sus abuelos, pensaba en su tío…sí en su tío.