TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Los ruidos de los vehículos pesados que transitan por la carretera hacia Olancho la agitan.
Indira tiene dos años, cuando las rastras pasan, sus pequeñas manos presionan con fuerza una caja de jugos, cierra sus ojitos y se refugia en el cálido abrazo de su madre.
Sus pies están descalzos y su vestido rosado no está desteñido por el uso o el sol, así estaba cuando fue encontrado en una bolsa junto a las aves de rapiña que habitan en el crematorio municipal.
Su inocencia lo es todo, disfruta estar todo el día en los brazos de su madre Esmeralda y ser abrazada, acariciada y atendida en lo que se pueda y cuando se pueda.
Vea aquí: Sin dinero ni comida, hondureño pide apoyo para subsistir con sus hijos
Desconoce que su padre la abandonó y su madre desempleada tiene que pedir dinero mientras se enfrenta al sol y los insultos.
Su mundo reducido a un abrazo la aleja de la preocupación de la encargada, su madre, quien busca alimentos y pañales.
Mientras la infante absorbe el líquido, su madre se atrinchera tras una llanta.
El inservible neumático tiene un propósito, alertar que en la zona hay una madre con necesidad y dos bocas que alimentar.
“Trabajaba en el crematorio, pero ahorita todo está parado, aunque recolecte plásticos o latas de aluminio no lo están pagando bien”, argumentó.
Antes de hablar con la madre que casi esquivaba camiones mientras pedía dinero cargando a su hija, EL HERALDO observó la acción.
Lea aquí: Trabajadora de aseo: 'No pienso dejar morir de hambre a mis hijos'
Los conductores prefirieron caer en los enormes baches antes que disminuir su marcha y donar un lempira a Indira y su madre.
Un viejo bote de plástico en el que en algún momento tuvo dulces o quizás panes, ahora es el recipiente de esperanza de las infortunadas y hambrientas capitalinas.
“Sé barrer, trapear, lavar y planchar, me gustaría que alguien me ayude para trabajar en alguna casa pero aquí no hay oportunidades”, lamentó mientras resaltaba que si no tiene para comer, mucho menos para los pañales de Indira.